/ martes 31 de octubre de 2023

Hundimiento laboral tras desastre en Acapulco

Después de que no se tienen recursos económicos para las emergencias, una vez que al gobierno federal llamado de la cuarta transformación que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador, se le ocurriera eliminar el Fondo de Desastres Naturales (FONDEN), a pocos días de haberse registrado enorme tragedia en Acapulco, el problema laboral está haciendo crisis, donde todos aquellos que subsistían con el turismo, se están quedando en la pobreza extrema.

El compañero Omar Carreón Abud líder de los antorchistas en Michoacan, plasmó recientemente una exacta radiografía de lo que está sucediendo en ese lugar bajo el cabezal de; “Acapulco: La espantosa tragedia de la clase trabajadora, sólo acaba de comenzar”.

Así se advierte en su amplio reportaje; “La verdad está en marcha y nada la detendrá -escribió Emile Zola en Yo Acuso- cuando se entierra la verdad, la verdad se concentra, adquiere tal fuerza explosiva que, el día en que salta, hace volar todo con ella”. El pavoroso huracán que azotó la ciudad de Acapulco, sus alrededores y varios municipios vecinos está poniendo en los ojos del país y el mundo entero, la realidad de la clase trabajadora en México y, todavía, va a seguir llamando su atención de manera que durante muchos años no habrá manera ni de ignorarla ni de olvidarla. Servirá de lección terrible para todos los que viven de su trabajo.

A los tres días de la desgracia, la mayoría de los noticieros y los despachos de prensa muestran los grandes hoteles destrozados. No quedó ni un vidrio, en las habitaciones sólo se ve un amasijo de telas empapadas, los muebles, hechos pedazos, imposible volver a dormir ahí. En la calle, coches destruidos, amontonados con otros, miles de postes tirados y atravesados, estructuras metálicas, láminas, árboles y ramas impiden el paso; anuncios, letreros, semáforos, avisos de tráfico. Todo está tirado, todo. Nada hay en pie. La destrucción total. Todo Acapulco está destrozado.

¿Todo? Pero si poco o nada han aparecido los centenares de miles de modestísimas viviendas de las que no ha quedado más que un montón de escombros y las que no se cayeron están inhabitables, ni los seres humanos que todos los días y todas las noches le daban vida a todo lo necesario y hasta a lo superfluo para los millones que llegaban a pasear y a divertirse. ¿Dónde están los trabajadores y empleados? ¿Por qué son más protagónicos los edificios, los medios de producción muertos (ya desde antes del huracán) que los hombres y mujeres vivos que les dan vida con la suya propia? En el mundo del capital, el trabajo muerto domina al trabajo vivo, dijo el genial Carlos Marx y, aquí y ahora, nunca fue tan verdadero.

Poco aparecen en las noticias los cerros, las laderas, los llanos que no están frente al mar, los pueblos y las rancherías en los que mal vive desde hace muchos años la clase trabajadora de Acapulco.

El huracán entró con furia especial a la zona, al amanecer del miércoles, los que cobran su raya los sábados, ¿la cobraron el sábado siguiente? ¿la van a cobrar el lunes? ¿El martes? La verdad azota en la cara: no la van a cobrar nunca. Y nunca es nunca. Los capitales ávidos de ganancia, volarán en busca de mejores oportunidades y, como lo marcan las leyes económicas del funcionamiento y mantenimiento del modo de producción capitalista, quien vende su fuerza de trabajo, la vende por su valor, por el valor de los bienes y servicios que necesita para vivir y reproducirse, nada más. Por tanto, en el precio de la venta, en el salario, no está considerado nunca ningún, absolutamente ningún ahorro porque el trabajador se emplearía a sí mismo, aunque fuera vendiendo tamales y eso mataría al capital que lo necesita, lo exige, siempre disponible y dócil.

La clase trabajadora, por tanto, no tiene ahorros, ¿De qué van a vivir los que ya no recibieron su salario? El hambre, la sed y la desesperación están ya en Acapulco y crecerán más muy pronto. Si se calcula que en el maravilloso puerto turístico del pacífico vive un millón de personas (que pronto serán menos porque se marcharán con su miseria y su sufrimiento a cuestas), no creo que sea una exageración afirmar que, al menos, 800 mil pertenecen a la clase trabajadora, considerando también a los del llamado eufemísticamente “empleo informal”, se trataría entonces, realistamente, en efecto, de 800 mil personas sin ningún ingreso, sin comida, sin agua, sin casa y sin luz. Un infierno gigantesco”.

Hasta aquí los comentarios de Omar Carreón, plasmando la realidad que se tiene en esa región del país, se trata evidentemente de una cruda realidad que está viviendo México, un desastre que será muy difícil de superar ya no tan solo por los hechos ocurridos sino por las consecuencias que se estarán generando, donde además piensa el gobierno federal que podrá atender a toda la gente que se ha quedado sin su fuente de ingresos, con simples “mejoralitos”, después de que el mismo gobierno de la 4T se abrogó la desaparición de recursos para ese tipo de emergencias.

Porque es verdad, el gobierno federal ni siquiera ha calculado de toda la inversión que se requiere para atender a alrededor de un millón de compatriotas trabajadores que hoy se encuentran abandonados a su suerte, sin recibir salarios cada semana.

Aunado a ello se ha implementado una campaña propagandística encargada de ocultar el hambre, la sed, las enfermedades, el sufrimiento indecible que ya padece toda esa gente y que se incrementará con el paso de los días, con grave afectación para la clase trabajadora de Acapulco, para los productores o campesinos que también se encuentran en serios aprietos económicos.

Por ello es que la gente está saqueando los comercios pero llevándose artículos de primera necesidad, alimentos y demás, siendo falso en gran medida que se dediquen al “pillaje” como lo han plasmado algunos medios informativos. La verdad es que los padres de familia, trabajadores en su gran mayoría de ninguna forma dejarán a sus familias sin alimento frente a este desastre que ya está causando mayores problemas con mayor pobreza y desesperación de quienes se han quedado sin patrimonio y sin empleo.

Después de que no se tienen recursos económicos para las emergencias, una vez que al gobierno federal llamado de la cuarta transformación que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador, se le ocurriera eliminar el Fondo de Desastres Naturales (FONDEN), a pocos días de haberse registrado enorme tragedia en Acapulco, el problema laboral está haciendo crisis, donde todos aquellos que subsistían con el turismo, se están quedando en la pobreza extrema.

El compañero Omar Carreón Abud líder de los antorchistas en Michoacan, plasmó recientemente una exacta radiografía de lo que está sucediendo en ese lugar bajo el cabezal de; “Acapulco: La espantosa tragedia de la clase trabajadora, sólo acaba de comenzar”.

Así se advierte en su amplio reportaje; “La verdad está en marcha y nada la detendrá -escribió Emile Zola en Yo Acuso- cuando se entierra la verdad, la verdad se concentra, adquiere tal fuerza explosiva que, el día en que salta, hace volar todo con ella”. El pavoroso huracán que azotó la ciudad de Acapulco, sus alrededores y varios municipios vecinos está poniendo en los ojos del país y el mundo entero, la realidad de la clase trabajadora en México y, todavía, va a seguir llamando su atención de manera que durante muchos años no habrá manera ni de ignorarla ni de olvidarla. Servirá de lección terrible para todos los que viven de su trabajo.

A los tres días de la desgracia, la mayoría de los noticieros y los despachos de prensa muestran los grandes hoteles destrozados. No quedó ni un vidrio, en las habitaciones sólo se ve un amasijo de telas empapadas, los muebles, hechos pedazos, imposible volver a dormir ahí. En la calle, coches destruidos, amontonados con otros, miles de postes tirados y atravesados, estructuras metálicas, láminas, árboles y ramas impiden el paso; anuncios, letreros, semáforos, avisos de tráfico. Todo está tirado, todo. Nada hay en pie. La destrucción total. Todo Acapulco está destrozado.

¿Todo? Pero si poco o nada han aparecido los centenares de miles de modestísimas viviendas de las que no ha quedado más que un montón de escombros y las que no se cayeron están inhabitables, ni los seres humanos que todos los días y todas las noches le daban vida a todo lo necesario y hasta a lo superfluo para los millones que llegaban a pasear y a divertirse. ¿Dónde están los trabajadores y empleados? ¿Por qué son más protagónicos los edificios, los medios de producción muertos (ya desde antes del huracán) que los hombres y mujeres vivos que les dan vida con la suya propia? En el mundo del capital, el trabajo muerto domina al trabajo vivo, dijo el genial Carlos Marx y, aquí y ahora, nunca fue tan verdadero.

Poco aparecen en las noticias los cerros, las laderas, los llanos que no están frente al mar, los pueblos y las rancherías en los que mal vive desde hace muchos años la clase trabajadora de Acapulco.

El huracán entró con furia especial a la zona, al amanecer del miércoles, los que cobran su raya los sábados, ¿la cobraron el sábado siguiente? ¿la van a cobrar el lunes? ¿El martes? La verdad azota en la cara: no la van a cobrar nunca. Y nunca es nunca. Los capitales ávidos de ganancia, volarán en busca de mejores oportunidades y, como lo marcan las leyes económicas del funcionamiento y mantenimiento del modo de producción capitalista, quien vende su fuerza de trabajo, la vende por su valor, por el valor de los bienes y servicios que necesita para vivir y reproducirse, nada más. Por tanto, en el precio de la venta, en el salario, no está considerado nunca ningún, absolutamente ningún ahorro porque el trabajador se emplearía a sí mismo, aunque fuera vendiendo tamales y eso mataría al capital que lo necesita, lo exige, siempre disponible y dócil.

La clase trabajadora, por tanto, no tiene ahorros, ¿De qué van a vivir los que ya no recibieron su salario? El hambre, la sed y la desesperación están ya en Acapulco y crecerán más muy pronto. Si se calcula que en el maravilloso puerto turístico del pacífico vive un millón de personas (que pronto serán menos porque se marcharán con su miseria y su sufrimiento a cuestas), no creo que sea una exageración afirmar que, al menos, 800 mil pertenecen a la clase trabajadora, considerando también a los del llamado eufemísticamente “empleo informal”, se trataría entonces, realistamente, en efecto, de 800 mil personas sin ningún ingreso, sin comida, sin agua, sin casa y sin luz. Un infierno gigantesco”.

Hasta aquí los comentarios de Omar Carreón, plasmando la realidad que se tiene en esa región del país, se trata evidentemente de una cruda realidad que está viviendo México, un desastre que será muy difícil de superar ya no tan solo por los hechos ocurridos sino por las consecuencias que se estarán generando, donde además piensa el gobierno federal que podrá atender a toda la gente que se ha quedado sin su fuente de ingresos, con simples “mejoralitos”, después de que el mismo gobierno de la 4T se abrogó la desaparición de recursos para ese tipo de emergencias.

Porque es verdad, el gobierno federal ni siquiera ha calculado de toda la inversión que se requiere para atender a alrededor de un millón de compatriotas trabajadores que hoy se encuentran abandonados a su suerte, sin recibir salarios cada semana.

Aunado a ello se ha implementado una campaña propagandística encargada de ocultar el hambre, la sed, las enfermedades, el sufrimiento indecible que ya padece toda esa gente y que se incrementará con el paso de los días, con grave afectación para la clase trabajadora de Acapulco, para los productores o campesinos que también se encuentran en serios aprietos económicos.

Por ello es que la gente está saqueando los comercios pero llevándose artículos de primera necesidad, alimentos y demás, siendo falso en gran medida que se dediquen al “pillaje” como lo han plasmado algunos medios informativos. La verdad es que los padres de familia, trabajadores en su gran mayoría de ninguna forma dejarán a sus familias sin alimento frente a este desastre que ya está causando mayores problemas con mayor pobreza y desesperación de quienes se han quedado sin patrimonio y sin empleo.