El ser humano no ocupa ni mucho menos una posición tan privilegiada como se ha sostenido durante la existencia de la humanidad. Así como tuvimos que abandonar la idea sostenida por cientos de años que la tierra era el centro del universo, esto es la concepción geocéntrica, la ptolemaica, que conlleva que el hombre es el ser más importante de la creación, y aceptar la heliocéntrica, cuando Copérnico puso a la tierra en su lugar, y también tuvimos que reconocer que vivimos en un planeta insignificante situado en una galaxia marginal del universo; después Darwin nos ubicó para admitir nuestra semejanza con otros animales e incluso que nuestros orígenes estaban en algunos de ellos. Hoy corresponde poner a la naturaleza en su lugar, ella es el centro de la vida.
En muy poco tiempo, comparado con los 3 mil 500 millones de años de vida de los árboles sobre la Tierra, las superiores formas de vida animal también pueden desaparecer del planeta al paso que vamos. Y sin duda si nosotros también desapareciéramos, seguramente las plantas volverían a apropiarse de todo el territorio que le hemos arrebatado a la naturaleza y, en poco más de un siglo, todos los signos de nuestra milenaria civilización quedarían cubiertos de verde. Tal vez en menos tiempo, como está sucediendo en Chernobyl. Hoy las plantas, los árboles y los animales están invadiendo ese espacio abandonado por los seres humanos.
Viola y Mancuso en su libro “Sensibilidad e Inteligencia en el Mundo Vegetal”, dicen que en el terreno de la biología nos encontramos todavía en un período definible como aristotélico-ptolemaico. Antes de la revolución copernicana, se creía que la Tierra estaba en el centro del universo y que todos los cuerpos celestes giraban a su alrededor: una visión totalmente antropocéntrica que, no sin trabajos, Galileo logró subvertir y que ha tratado años en desaparecer del todo de nuestro sentido común. De ahí que se podría decir que la biología se halla más o menos en una situación precopernicana. Ya que permea la idea de que el hombre es el ser vivo más importante que existe y que todo gira en torno a él.
Pero el ser humano no ocupa ni mucho menos una posición tan privilegiada, pues todo el mundo sabe que el oxígeno que respiramos proviene de las plantas y que nuestra supervivencia depende del oxígeno presente en el aire. En cambio, no todo el mundo sabe que gran parte de la energía que utilizamos es de origen vegetal y que si los seres humanos disponemos de energía desde hace milenios, debemos agradecérselo a las plantas. Los combustibles fósiles (carbón, hidrocarburos, aceites, gas, etcétera.) no son más que la acumulación subterránea de energía solar que, a lo largo de varios períodos geológicos, los organismos vegetales han introducido directamente en la biosfera mediante la fotosíntesis.
Como vemos, nuestra dependencia del reino vegetal incluye, además del aire y la comida, otro elemento fundamental: la energía. Con esto debería bastar para “idolatrar” todo lo que es verde. Y por otro lado apostar por las energías eólicas y solares. Y aprender de las plantas, que son capaces de interceptar la luz, de usarla y de reconocer tanto su cantidad como su calidad, y han potenciado tanto esta capacidad por el evidente motivo de que la luz es el alimento principal de su dieta energética, basada en la fotosíntesis.
Como dicen Viola y Mancuso, la búsqueda de la luz es la actividad que más influye sobre la vida y el comportamiento estratégico de las plantas: gozar de acceso a una gran fuente de luz significa riqueza para la planta. El crecimiento de una planta se da en la dirección a la fuente luminosa. La planta no sólo distingue la luz de la sombra, sino que es capaz de reconocer la calidad de la luz en función de la longitud de onda de sus rayos. Los receptores de luz se hallan disponibles en grandes cantidades. La mayor parte se encuentran en las hojas, que son los órganos principales para la realización de la fotosíntesis, pero no sólo ahí.
Por otra parte, nos dicen que las plantas se alimentan sin boca, respiran sin pulmones y ven, saborean, oyen, se comunican y se mueven pese a no disponer de órganos sensitivos como los nuestros. Para terminar, si las plantas son las mediadoras entre el sol y el mundo animal, ¿por qué no aceptar que lo son también con nosotros?