Los partidos políticos fueron creados para promover la participación de la ciudadanía en la vida democrática del país, pero también para participar responsablemente en la discusión y en los procesos de toma de decisiones.
Lo antes dicho sería lo ideal, aunque lo real es que, desde hace tiempo, los partidos no sirven a la ciudadanía, sino a sus intereses políticos, económicos y de poder. El abstencionismo en muchos de los casos es resultado del desencanto que genera en los ciudadanos esta situación.
Salvo honrosas excepciones, los líderes partidistas piensan en todo lo que tiene que ver con sus intereses, menos en las necesidades de los marginados, a los que les han dado la espalda una y otra vez. Sólo hablan de los pobres y sus carencias en tiempos electorales, pero cuando pasa una elección los dejan en el completo olvido.
Los resultados desfavorables para algunos partidos en la pasada elección presidencial, así como el persistente repudio de la población a ciertos dirigentes partidistas, es consecuencia lógica de su insensible proceder. Y luego se preguntan extrañados: ¿por qué nos dieron la espalda?
A manera de ejemplo, me referiré a la promesa del hasta ahora líder nacional del PRI, en el sentido de acercarse en lo sucesivo a la ciudadanía. La decisión que algunos pueden aplaudir es, a mi juicio, tardía. Este instituto político debió acercarse a los ciudadanos desde aquellos tiempos en que ostentó el poder federal por más de 70 años, cuando en cada elección anunciaba a los medios de comunicación que había ganado con carro completo.
Lo que no hizo el PRI en sus años de hegemonía, cuando lo tenía todo para servir a los más necesitados, lo quiere hacer ahora que sus pobres resultados lo han convertido en la quinta fuerza política de México, con riesgo latente de perder su registro en el futuro.
Alejandro Moreno Cárdenas, mejor conocido como Alito, le apuesta a la renovación del PRI, a una reforma profunda que comprende muchas cosas, menos separarse de la dirigencia de su partido. “Estaré donde el partido me necesite”, dijo recientemente a los priistas, a pesar de la exigencia de quince ex gobernadores del tricolor que piden su renuncia.
El cambio de nombre e imagen no serán suficientes para hacer del PRI la fuerza política que fue hasta 1989, cuando gobernaba todos los estados del país. No olvidemos que hasta ese año el tricolor fue una poderosa máquina política que dominó todos los aspectos de la vida nacional.
Alito debería de saber que el nombre y los colores nunca fueron el problema, sino los repetitivos casos de corrupción, autoritarismo y opacidad política, sobre todo en el tiempo del llamado “Nuevo PRI”, en el que varios gobernadores dejaron una estela de excesos, corrupción e impunidad.
Estas recurrentes prácticas deshonestas fueron las que terminaron decepcionando completamente a los ciudadanos, tanto a los que votaron por Morena como a quienes se abstuvieron de votar en los pasados comicios. Estará usted de acuerdo conmigo en que el pueblo de México merece partidos cuyos dirigentes pongan por encima de sus intereses de poder, el interés superior de la nación.