/ miércoles 4 de agosto de 2021

De Jimulco a Cuencamé, peregrinan en carretas en devoción al Señor de Mapimí

La veneración al Señor de Mapimí es una de las tradiciones religiosas más antiguas de México

En carros tirados por animales y siguiendo los caminos tradicionales, pese a la existencia de diferentes medios de transporte y vialidades en mejores condiciones, año tras año, peregrinos del Cañón de Jimulco, Coahuila acuden cada seis de agosto a Cuencamé para venerar al Señor de Mapimí, Durango.

Familias enteras con comida suficiente preparada con anticipación: gorditas de horno, semitas y gallinas para matar en el camino, parten desde el dos de agosto al mediodía y llegan a tiempo, con uno o dos días de anticipación, a su destino gracias a sus caballos, mulas o burros, que tiran de los carros sin cesar.

Los peregrinos de Jimulco: una historia que data de 1715

Imagen del Señor de Mapimí. / Foto: Secretaría de Turismo de México

El cronista de Cuencamé, Anacleto Hernández, en la investigación Ritos y tradiciones: el Señor de Mapimí y el Cristo del Tizonazo de Gabriela Sánchez Garza, sostiene que la historia de esta peregrinación se remonta a un Jueves Santos de 1715, cuando indios tobosos y cocoyomes atacaron Real de Mapimí, Nueva Vizcaya (hoy Mapimí, Durango), mientras que algunos habitantes realizaban una procesión cargando la imagen del Señor de Mapimí, de 1.95 metros de altura y hecha de caña de maíz.

Los portadores de la imagen, al ver el sangriento conflicto (en el que se estiman murieron 300 españoles y criollos), decidieron huir hacia Santa María de las Parras (Parras de la Fuente, Coahuila); sin embargo, a mitad de camino, en la Sierra de Jimulco, decidieron que lo mejor era esconder la imagen bajo un mezquite.

Según lo narrado por el historiador, siguiendo un documento escrito por el entonces alcalde mayor de Santiago de Mapimí, Don Antonio Franco Lorenzo de la Sierra, la imagen la encontró una india cerca del río Aguanaval. Ella comunicó el hallazgo a unos soldados escolteros que procedieron a informar al padre de Cuencamé de la imagen; no obstante, ello causó descontento en la gente de Real de Mapimí.

El párroco, al hallarse en la disyuntiva de dónde resguardar la imagen, decidió que lo mejor sería que unas mulas decidieran dónde debería quedarse: “Hacia donde se dirijan, ahí se queda la imagen”, y estas tomaron rumbo a Cuencamé, donde permanece hasta la actualidad en la parroquia de San Antonio de Padua.

Tradición del Santo Cristo Señor de Mapimí, una de las más antiguas

Los carros en los que viajan los peregrinos están acondicionados con palos de mimbre; además les ponen ocotillo y les trazan una carpa con mezclilla, hule, lona o cobijas. / Foto: Ayuntamiento de Cuencamé

Cada año, personas de diferentes partes de México e incluso de Estados Unidos acuden a mostrar su devoción y fe al Santo Cristo Señor de Mapimí. Pero la historia más particular se da con la salida de cientos de peregrinos del Cañón de Jimulco, en Torreón, Coahuila, quienes en carretas recorren alrededor de 120 kilómetros hasta Cuencamé.

Los carros en los que viajan están acondicionados con palos de mimbre; además les ponen ocotillo y les trazan una carpa con mezclilla, hule, lona o cobijas. En estas suben los integrantes de una familia cargados además con colchones, garrafones, agua, comida, alfalfa para los animales y refacciones ante cualquier imprevisto.

Al llegar a las afueras de Cuencamé, entre el 4 y 5 de agosto, los peregrinos son recibidos por los habitantes del poblado, quienes les entregan agua, jugos, lonches y gorditas con el fin de ayudarlos a descansar y alistar la peregrinación en la que charros, danzantes y caminantes se reúnen para cantar alabanzas al Santo Cristo de Mapimí hasta llegar a la parroquia de San Antonio de Padua.

El pueblo entero de Cuencamé se vuelve una romería y en el atrio del templo se montan carpas con música, cantos cardenches, danzas, color, fervor, comercio, olor a incienso, así como la devoción al Cristo.

Finalmente, el 6 de agosto se amanece cantando las mañanitas al Señor de Mapimí para seguir con la fiesta en su devoción que finaliza el 7 de agosto cuando, después de sacar al Cristo al atrio de la iglesia durante 40 minutos, entre lágrimas se despiden de él, mientras entonan canciones cardenches, colocándolo de vuelta en su retablo.

Un día después los peregrinos regresan a sus tierras en la Sierra de Jimulco y empiezan a alistar todo para agosto del siguiente año con el fin de preservar la tradición y la devoción al Señor de Mapimí.

En carros tirados por animales y siguiendo los caminos tradicionales, pese a la existencia de diferentes medios de transporte y vialidades en mejores condiciones, año tras año, peregrinos del Cañón de Jimulco, Coahuila acuden cada seis de agosto a Cuencamé para venerar al Señor de Mapimí, Durango.

Familias enteras con comida suficiente preparada con anticipación: gorditas de horno, semitas y gallinas para matar en el camino, parten desde el dos de agosto al mediodía y llegan a tiempo, con uno o dos días de anticipación, a su destino gracias a sus caballos, mulas o burros, que tiran de los carros sin cesar.

Los peregrinos de Jimulco: una historia que data de 1715

Imagen del Señor de Mapimí. / Foto: Secretaría de Turismo de México

El cronista de Cuencamé, Anacleto Hernández, en la investigación Ritos y tradiciones: el Señor de Mapimí y el Cristo del Tizonazo de Gabriela Sánchez Garza, sostiene que la historia de esta peregrinación se remonta a un Jueves Santos de 1715, cuando indios tobosos y cocoyomes atacaron Real de Mapimí, Nueva Vizcaya (hoy Mapimí, Durango), mientras que algunos habitantes realizaban una procesión cargando la imagen del Señor de Mapimí, de 1.95 metros de altura y hecha de caña de maíz.

Los portadores de la imagen, al ver el sangriento conflicto (en el que se estiman murieron 300 españoles y criollos), decidieron huir hacia Santa María de las Parras (Parras de la Fuente, Coahuila); sin embargo, a mitad de camino, en la Sierra de Jimulco, decidieron que lo mejor era esconder la imagen bajo un mezquite.

Según lo narrado por el historiador, siguiendo un documento escrito por el entonces alcalde mayor de Santiago de Mapimí, Don Antonio Franco Lorenzo de la Sierra, la imagen la encontró una india cerca del río Aguanaval. Ella comunicó el hallazgo a unos soldados escolteros que procedieron a informar al padre de Cuencamé de la imagen; no obstante, ello causó descontento en la gente de Real de Mapimí.

El párroco, al hallarse en la disyuntiva de dónde resguardar la imagen, decidió que lo mejor sería que unas mulas decidieran dónde debería quedarse: “Hacia donde se dirijan, ahí se queda la imagen”, y estas tomaron rumbo a Cuencamé, donde permanece hasta la actualidad en la parroquia de San Antonio de Padua.

Tradición del Santo Cristo Señor de Mapimí, una de las más antiguas

Los carros en los que viajan los peregrinos están acondicionados con palos de mimbre; además les ponen ocotillo y les trazan una carpa con mezclilla, hule, lona o cobijas. / Foto: Ayuntamiento de Cuencamé

Cada año, personas de diferentes partes de México e incluso de Estados Unidos acuden a mostrar su devoción y fe al Santo Cristo Señor de Mapimí. Pero la historia más particular se da con la salida de cientos de peregrinos del Cañón de Jimulco, en Torreón, Coahuila, quienes en carretas recorren alrededor de 120 kilómetros hasta Cuencamé.

Los carros en los que viajan están acondicionados con palos de mimbre; además les ponen ocotillo y les trazan una carpa con mezclilla, hule, lona o cobijas. En estas suben los integrantes de una familia cargados además con colchones, garrafones, agua, comida, alfalfa para los animales y refacciones ante cualquier imprevisto.

Al llegar a las afueras de Cuencamé, entre el 4 y 5 de agosto, los peregrinos son recibidos por los habitantes del poblado, quienes les entregan agua, jugos, lonches y gorditas con el fin de ayudarlos a descansar y alistar la peregrinación en la que charros, danzantes y caminantes se reúnen para cantar alabanzas al Santo Cristo de Mapimí hasta llegar a la parroquia de San Antonio de Padua.

El pueblo entero de Cuencamé se vuelve una romería y en el atrio del templo se montan carpas con música, cantos cardenches, danzas, color, fervor, comercio, olor a incienso, así como la devoción al Cristo.

Finalmente, el 6 de agosto se amanece cantando las mañanitas al Señor de Mapimí para seguir con la fiesta en su devoción que finaliza el 7 de agosto cuando, después de sacar al Cristo al atrio de la iglesia durante 40 minutos, entre lágrimas se despiden de él, mientras entonan canciones cardenches, colocándolo de vuelta en su retablo.

Un día después los peregrinos regresan a sus tierras en la Sierra de Jimulco y empiezan a alistar todo para agosto del siguiente año con el fin de preservar la tradición y la devoción al Señor de Mapimí.

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