En julio de 1973, poco más de un año antes de su muy comentado y polémico fallecimiento en Tel Aviv, donde fungía como embajadora de México en Israel, la escritora Rosario Castellanos (1925-1974) comenzó a escribirse con la estadounidense Kathleen O’Quinn, quien entonces se encontraba en México haciendo entrevistas a mujeres destacadas como parte de una investigación sobre el papel femenino en la cultura.
En esas misivas, compiladas en el libro “Cartas encontradas (1966-1974)” de Raúl Ortiz y Ortiz, gran amigo de Castellanos, la investigadora le pidió a la narradora dos cosas: que le contestara una serie de preguntas relativas a su rol como mujer personal y profesionalmente, y la posibilidad de traducir al inglés su libro “Mujer que sabe latín”, que recién había aparecido y que la especialista estadounidense dijo parecía ser casi “una guía o un manifiesto para la mujer nueva”.
Un mes después, Rosario le contestó a O’Quinn agradeciéndole las solicitudes y dándole permiso para traducir el libro que, según ella, contestaba en gran medida las preguntas que le había hecho llegar en una copia adjunta. En esta epístola, agregó información que no aparece en su libro, como su intervención política como mujer, más allá de ser embajadora.
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¿Qué diría Rosario Castellanos hoy, que en México hay una nueva presidenta?
En su carta, la escritora explica que su mayor intervención política la realizó con el acto de ir a votar y a través de sus opiniones en artículos periodísticos. Sin embargo, la escritora de la novela “Balún Canán” (1957) le escribiría la investigadora que ella consideraba que desde entonces ya existía “la igualdad teórica” para que una mujer pudiera competir por “un cargo electivo”, aunque tenía una opinión imparcial en cuanto a lo definitivo que el género podía llegar a determinar su victoria.
“El hecho de que el candidato para ese cargo fuera mujer no pesaría ni en pro ni en contra de mi decisión. No creo que el hecho de pertenecer al sexo femenino le daría a un político la ventaja de obtener más beneficios para la comunidad”, se lee en la carta firmada el 21 de agosto de 1973, donde volvió a remarcar la necesidad de la emancipación emocional y económica de la mujer, así como la reestructuración radical de la institución familiar para que la mujer pudiera tener “un papel digno dentro de la sociedad”.