Adriana salió corriendo despavorida esa mañana de su cuarto luego de pegar un horrible grito que media colonia Dale pudo escuchar.
Su madre observó lo ocurrido y sin comprender qué pasaba, se dirigió a la sala, donde Adriana se había tirado en el sofá para llorar como una niña de seis años. Preocupada, la extrañada mujer se acomodó junto a su hija y le preguntó que había ocurrido.
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Pero Adriana parecía no escuchar sus palabras y continuaba llorando como una magdalena; tras preguntar un par de veces, finalmente la adolescente pudo recobrar un poco del aliento y mirando a su madre procedió a explicar el motivo de su llanto:
Era el sexto cumpleaños de Adriana y Elena, su madre, había llegado a casa con una sorpresa para su hija. La caja envuelta en brillante papel rojo y adornada con un moño verde hicieron brillar los ojos de la pequeñita, quien al ver el tamaño y proporciones de la caja no tardó en adivinar de qué se trataba.
Veloz, como solo un niño puede, desenvolvió el paquete y con una enorme sonrisa agradeció a su madre cuando sus enormes y brillantes ojos se encontraron por primera vez con los de aquella muñeca.
Por casi un año entero, Adriana no tuvo intención de dejar de jugar con su muñeca; iban juntas a la escuela, a la tienda, de paseo por el parque o a cualquier lugar a donde la niña iba, su muñeca le acompañaba.
Pero el inmenso cariño que la pequeña sentía por su muñeca, poco a poco se convirtió en un profundo terror.
Cierta noche, Adriana despertó en la madrugada para ir al baño y beber agua, así que antes de ponerse de pie, acomodó a su muñeca cuidadosamente para no “despertarla” y luego de calzar sus sandalias se dirigió al baño.
Luego de salir del baño y recorrer el largo pasillo en tinieblas para ir a la cocina le pareció escuchar unos pequeños detrás de ella; curiosa, se acercó al lugar donde le había parecido oír el ruido, sin embargo no encontró nada fuera de lo normal.
Al volver a la cama, su miedo comenzó a tomar forma, cuando al acomodarse de nuevo para dormir, sintió que la muñeca que ella había dejado perfectamente acomodada con la cabeza en la almohada ahora estaba a sus pies.
Apenas cayó en cuenta de ello, pegó un horrible grito al aire, despertando a sus padres que, igualmente espantados, preguntaron a la niña que había ocurrido. Luego de explicar lo sucedido, su padre tomó el juguete y lo sacó de la casa para meterlo en el auto, que estaba estacionado frente a la acera de la casa.
Luego de tranquilizar a su hija, los padres volvieron a la cama, esta vez con Adriana en medio de los dos.
Pero a la mañana siguiente, mientras se preparaba para subir al auto, el padre de Adriana notó que durante la noche había olvidado poner el seguro a la puerta del coche y algún delincuente había aprovechado para entrar y robar, no solo el autoestéreo, sino algunas pertenencias que había dejado dentro, entre ellas la muñeca de Adriana.
Aunque sintió pena por su papá y algo de culpa por lo ocurrido, Adriana pronto se olvidó del asunto y su vida transcurrió con normalidad hasta días antes de cumplir los 16 años, cuando comenzó a tener pesadillas en las que una muñeca, su muñeca, salía de entre las sombras para perseguirle.
Las pesadillas comenzaron a hacerse cada vez más violentas y atemorizantes, a tal grado que para tratar de sacar esto de su mente, comenzó a dibujar el rostro verdoso y deforme de aquella “bebé” de hule blando. Aparentemente la medida tomada a manera de terapia funcionó, pues al cabo de un par de días, las pesadillas cedieron.
Una noche antes de su cumpleaños, Adriana comenzó a escuchar ruidos debajo de su cama, y creyendo que se trataba de algún insecto o un ratón, encendió la luz de su celular para observar debajo, no sin cierto temor.
Barrió unos segundos con la luz debajo de su lecho, sin embargo, no pudo ver algo fuera de lo normal, por lo que se convenció a si misma de que aquél bicho se había ido ya y una vez más, se acurrucó para comenzar a dormir.
A la mañana siguiente, mientras aseaba su cuarto como preparativo para su celebración de cumpleaños, al barrer debajo de su lecho sintió como la escoba se atoraba en el velo que cubre la parte inferior del box de la cama, por lo que se puso de rodillas y metió la mano al agujero que se había formado luego de notar un abultamiento; sintió entonces una blanduzca forma cilíndrica e intentó sacar aquello, pero parecía estar atascado.
Al sujetarlo con fuerza y tirar para liberar de entre los resortes lo que estaba atorado, descubrió con horror que estaba sujetando del brazo a esa infame muñeca y cuyo rostro, deforme por el tiempo y el olvido, le miraba con un indescriptible gesto de odio.
Al escuchar lo narrado por su hija, la madre de Adriana entró a la habitación y encontró no solo el cuaderno en el que había estado dibujando su hija, sino también a la horrible muñeca tirada boca arriba junto a la cama.
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Con información de Adrián Berrios
Nota originalmente publicada en: El Heraldo de Chihuahua