En la Hacienda Providencia, del municipio de Tlahualilo, Durango, en la entrada de una cueva, de cuyo interior manaba un viento y hacía sentir la presencia de algo sobrenatural, Tata Mateo vivió en carne propia una experiencia en la hora exacta.
Don Prisciliano Serrano junto a un hombre conocido por todos como Tata Mateo fueron con un morral a buscar unos “centavitos”; era medio día cuando iban caminando unos cuantos kilómetros hacia el oriente de la ciudad donde encontraron la entrada de una cueva.
En completa oscuridad Tata Mateo empezó a escarbar en un rincón, pero de pronto suspendió su trabajo y gritó con todas sus fuerzas, “¡quítamelo, quítamelo…! iMe está ahorcando! mientras se movía desesperadamente, como quitándose una persona de encima.
Prisciliano estaba completamente inmóvil, hasta que finalmente Tata Mateo se quedó quieto, y jadeante le dijo: míralo, ya se fue... !Allá va! pero Prisciliano no vio nada.
Después de eso, Tata Mateo volvió a cavar y sacó pedazos de fierro, cadenas y unas monedotas cuadradas y brillantes, las cuales comenzó a llenarlo con aquel tesoro.
Una vez lleno le dijo a Prisciliano que se fuera con el morral y con voz grave le dijo, “si oyes algún ruido o escuchas que te hablan no vayas a voltear, no hagas caso. Ni siquiera levantes la vista, tú sigue tu camino como si nada”.
Prisciliano salió de la cueva, pero poco después escuchó un tropel de caballos a su espalda, pero no se volvió, luego oyó que le gritaban: todo o nada.
Eran varios hombres que lo alcanzaron y rodearon, todos tenían una expresión aterradora que le apuntaron con rifles, al mismo tiempo que repetían su advertencia.
Por lo que el hombre permanecía inmóvil, sin pronunciar palabra y sujetaba el morral al hombro, el cual se rompió y cayó sobre unas lechuguillas, en ese momento los jinetes se retiraron.
Luego corrió sin parar hacia el pueblo, pero mientras lo hacía giró la cabeza para averiguar si ya venía Tata Mateo, pero no lo vio, hasta que se dio cuenta que tampoco estaba la boca de la cueva, y en su lugar estaban grandes rocas.
Unos días después se encontró con Tata Mateo, quién le dijo que la cueva solo se abre cada doce horas y tuve que quedarse hasta la medianoche para que volviera a abrirse y poder salir.
Prisciliano se armó de valor y regresó al lugar, encontrando el morral pero lleno de piedras.
Muchos han ido a buscarla y no la han encontrado, pero tal vez sea por no haber estado a la hora exacta.