La leyenda del colibrí está llena de reflexión de la muerte y el corazón. Esta ave ha sido muy apreciada desde los mayas y mexicas, quienes lo consideraban el mensajero de los dioses por su agilidad para volar.
Su corazón alcanza hasta 1,200 latidos por minuto y sus alas se baten hasta 90 veces por segundo. Además, es el único pájaro que puede volar hacia atrás y solo él se suspende en el aire. Nuestros antepasados relacionaban al colibrí con el equilibrio en la naturaleza, gracias a su largo pico que le permite beber el néctar de flores inaccesibles para muchas otras aves.
Los mayas más viejos y sabios, cuentan que los Dioses crearon todas las cosas en la Tierra y al hacerlo, a cada animal, a cada árbol y a cada piedra le encargaron un trabajo. Pero cuando ya habían terminado, notaron que no había nadie encargado de llevar sus deseos y pensamientos de un lugar a otro.
Como ya no tenían barro ni maíz para hacer otro animal, tomaron una piedra de jade y con ella tallaron una flecha muy pequeña. Cuando estuvo lista, soplaron sobre ella y la pequeña flecha salió volando. Ya no era más una simple flecha, ahora tenía vida, los dioses habían creado al x ts’unu’um (colibrí).
Era tan frágil y tan ligera que el colibrí podía acercarse a las flores más delicadas sin mover un solo pétalo, sus plumas brillaban bajo el sol como gotas de lluvia y reflejaban todos los colores.
Entonces los hombres trataron de atrapar a esa hermosa ave para adornarse con sus plumas. Los Dioses al verlo, se enojaron y dijeron: “si alguien osa atrapar algún colibrí, éste recibirá por castigo la muerte”. Por eso es que nadie ha visto alguna vez a un colibrí en una jaula, ni tampoco en la mano de un hombre.
Esta ave era la encargada de llevar a cabo el encargo de los dioses para transmitir buenos pensamientos entre los hombres e incluso de los muertos. El colibrí lleva de aquí para allá los pensamientos de los hombres y no solo de los vivos, también de las almas de nuestros seres queridos del más allá, ya que es el único ser, según decían los mesoamericanos, que nunca moría y podía entrar y salir del inframundo o Mictlán.
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