/ jueves 13 de diciembre de 2018

Óscar Pérez le desea suerte a La Máquina en la final

A los 45 años de edad defiende los colores del Pachuca, aunque no lo confiesa abiertamente, el emblemático jugador lleva grabado el escudo de Cruz Azul

El popular conejito que conduce La Máquina es el símbolo inconfundible del cruzazulismo. Óscar Pérez, aquel guardameta saltarín que alcanzaba el travesaño con los pies en sus años mozos, heredó el sobrenombre y hoy ostenta el estatus de ídolo, aun cuando sólo atesora el único trofeo celeste en los últimos 38 años de la institución albiazul.

Si bien en la actualidad, a los 45 años de edad, aún defiende los colores del Pachuca, aunque no lo confiesa abiertamente, el emblemático jugador lleva grabado el escudo de Cruz Azul en la intimidad del corazón. “Sí, mira, la verdad es que me genera emoción”, descubre el “Conejo”, al ver a su amada escuadra en la gran final de la Liga MX. Porfiado en ocultar sus sentimientos, apela al tono conservador y adopta ese acento respetuoso que incluye al americanismo, con todo y que reviste la auténtica rivalidad con la que él creció en sus tiempos como guardavallas cementero.

“Cruz Azul y América son dos equipos importantes de la capital”, prosigue Pérez. “Los dos estuvieron en la punta durante todo el torneo. Hay muchos ingredientes que la hacen una final interesante. La Máquina es la mejor defensiva y América, la mejor ofensiva. Me parece que la batalla está muy pareja. El primero que se equivoque va a ser muy complicado que pueda dar vuelta, por la calidad de los equipos”, valora Óscar, quien apenas esboza el afecto hacia el club que lo ha visto nacer. “Siempre con la mentalidad de que le vaya bien a Cruz Azul”, dice al fin. “Con el pensamiento de que pueda romper esa racha adversa y terminarlo como ellos quieren”, abunda, en exclusiva para ESTO.

El “Conejo” conserva intacta todavía la memoria de aquella emocionante final de Invierno 1997, la última que ganó La Máquina celeste en torneos de Liga del futbol mexicano. A 21 años de distancia, Óscar traslada el pensamiento al estadio Nou Camp, donde alzó el trofeo que lo inmortalizó. “Me tocó, tuve la fortuna y la suerte de estar ahí”, comparte con humildad.

El popular conejito que conduce La Máquina es el símbolo inconfundible del cruzazulismo. Óscar Pérez, aquel guardameta saltarín que alcanzaba el travesaño con los pies en sus años mozos, heredó el sobrenombre y hoy ostenta el estatus de ídolo, aun cuando sólo atesora el único trofeo celeste en los últimos 38 años de la institución albiazul.

Si bien en la actualidad, a los 45 años de edad, aún defiende los colores del Pachuca, aunque no lo confiesa abiertamente, el emblemático jugador lleva grabado el escudo de Cruz Azul en la intimidad del corazón. “Sí, mira, la verdad es que me genera emoción”, descubre el “Conejo”, al ver a su amada escuadra en la gran final de la Liga MX. Porfiado en ocultar sus sentimientos, apela al tono conservador y adopta ese acento respetuoso que incluye al americanismo, con todo y que reviste la auténtica rivalidad con la que él creció en sus tiempos como guardavallas cementero.

“Cruz Azul y América son dos equipos importantes de la capital”, prosigue Pérez. “Los dos estuvieron en la punta durante todo el torneo. Hay muchos ingredientes que la hacen una final interesante. La Máquina es la mejor defensiva y América, la mejor ofensiva. Me parece que la batalla está muy pareja. El primero que se equivoque va a ser muy complicado que pueda dar vuelta, por la calidad de los equipos”, valora Óscar, quien apenas esboza el afecto hacia el club que lo ha visto nacer. “Siempre con la mentalidad de que le vaya bien a Cruz Azul”, dice al fin. “Con el pensamiento de que pueda romper esa racha adversa y terminarlo como ellos quieren”, abunda, en exclusiva para ESTO.

El “Conejo” conserva intacta todavía la memoria de aquella emocionante final de Invierno 1997, la última que ganó La Máquina celeste en torneos de Liga del futbol mexicano. A 21 años de distancia, Óscar traslada el pensamiento al estadio Nou Camp, donde alzó el trofeo que lo inmortalizó. “Me tocó, tuve la fortuna y la suerte de estar ahí”, comparte con humildad.

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