/ jueves 7 de abril de 2022

Experimento Monster: el terrible método con el que intentaron solucionar la tartamudez

A finales de la década de 1930, cuando una veintena de niños huerfanos fueron parte del Experimento Monster

Se estima que la tartamudez afecta a 1.5% de la población mundial, mientras que en Mexico hay más de 1.5 millones de habitantes tartamudos. Lo que ha generado discusiones y estudios buscando 'curarla', tal como sucedió a finales de la década de 1930, cuando una veintena de niños huerfanos fueron parte del Experimento Monster, el terrible método con el que intentaron solucionar la tartamudez.

El experimento Monster, o Monster Study, fue implementado por un grupo de investigación que buscaba terminar con la tartamudez, usando a 22 niños huérfanos, en el año 1939. El responsable del estudio fue el profesor de Psicología Wendell Johnson, mientras que la realización práctica estuvo a cargo de Mary Tudor, estudiante de Wendell.

¿En qué consistía el Experimento Monster?

El experimento se basó en veintidós niños internos en un orfanato de veteranos en Iowa ‘El Hogar de los Niños de los Soldados’. El planteamiento del estudio era intentar inducir la tartamudez en niños sanos, diciéndoles que no hablaban bien, y elogiar el habla de niños tartamudos para ver si eso inducía una mejoría en la fluidez de su habla. Entre los 22 niños había diez huérfanos que los maestros y cuidadoras del orfanato habían identificado como tartamudos antes de comenzar el estudio.

Los evaluadores se dividieron en los dos grupos. Al grupo de los que no tenían problemas con el habla se les dijo que su habla era deficiente y tan mala como la gente dice, mientras que al grupo de los niños con problemas se les decía que hablaban muy bien.

El estudio duró desde enero hasta el final de mayo de 1939. Tudor también analizó el cociente intelectual de cada niño e identificó si eran zurdos o diestros, ya que una teoría popular de la época sostenía que la tartamudez era causada por un desequilibrio cerebral, por una mala lateralización. La idea era que si, por ejemplo, una persona nació zurda pero usaba la mano derecha, sus impulsos nerviosos fallaban, afectando a su lenguaje. Johnson no creía en la teoría, pero aún así sugirió que Tudor comprobara la destreza manual de cada niño. Les hizo escribir y dibujar en pizarras y alguna otra prueba de fuerza y destreza manual. La mayoría eran diestros, pero había algún niño zurdo en todos los grupos. No encontró correlación entre la habilidad manual y la calidad del habla en los sujetos de estudio.

El período experimental duró desde enero hasta finales de mayo de 1939, y la intervención consistió en que Tudor hablara con cada niño durante unos 45 minutos siguiendo un guion acordado con Johnson. En su tesis, Tudor escribe que habló con los muchachos tartamudos y les explicó que iban a ir dejando de tartamudear. Un ejemplo de lo que les decía es lo siguiente: “Ya no tartamudearás y podrás hablar mucho mejor de lo que lo haces ahora… No prestes atención a lo que los demás digan sobre tu capacidad de hablar, porque sin duda ellos no se dan cuenta de que esto es sólo una fase”.

A los muchachos que no tartamudeaban y se les iba a tachar de tartamudos se les dijo: El personal ha llegado a la conclusión de que tienes muchos de los síntomas de un niño que empieza a tartamudear. Debes tratar de pararlo inmediatamente. Usa tu fuerza de voluntad… Haz cualquier cosa para no tartamudear… No hables nunca a menos que puedas hacerlo bien. ¿Ves cómo [el nombre de un niño en la institución que tartamudeaba gravemente] tartamudea, verdad? Bueno, sin duda empezó de la misma manera que tú”.

El trabajo en el aula de estos niños se resintió y sus notas y la calidad de los trabajos escolares descendió, como uno de los chicos empezó a negarse a recitar en clase.

Mary Korlaske, de 12 años, se volvió retraída y díscola. Durante sus sesiones, Tudor le preguntó si su mejor amiga sabía de su tartamudeo, Korlaske murmuró: “No”. “¿Por qué no?”. Korlaske arrastró los pies. “Casi nunca hablo con ella”. Dos años más tarde, se escapó del orfanato. Sesenta años después contaba a Jim Dyer, un periodista del San José Mercury News, que fue quien destapó este estudio, “esperaba que Tudor hubiera venido a adoptarme. Recuerdo haber esperado con impaciencia durante la escuela para que me llamaran a las sesiones de logopedia y seguir a Tudor a la sala de pruebas. Intentaba darle una buena impresión”.

Años después Tudor recordaba cómo los huérfanos le saludaban en cada visita, corriendo a su coche y ayudándola a llevar los mismos materiales que usaba en el experimento. “Esa fue la parte lamentable… que conseguí que confiaran en mí y luego les hice esta cosa horrible”, dijo.

Lo peor es que el experimento fracasó completamente. De los seis niños normales que fueron falsamente etiquetados como tartamudos, dos mejoraron su fluidez en el habla, según las calificaciones de los investigadores. Al otro grupo de estudio primario le fue un poco mejor. De los tartamudos reales a los que se les dijo que ahora hablaban bien, dos mostraron ligeras mejoras en la fluidez, dos disminuyeron en la fluidez y uno se mantuvo sin cambios

Johnson nunca publicó la investigación, ya que terminó justo antes de la Segunda Guerra Mundial, y mientras el mundo se enteraba de los experimentos médicos nazis en sujetos vivos, los colegas de Johnson en su universidad le advirtieron que ocultara su trabajo sobre los huérfanos en lugar de arriesgarse a hacer comparaciones que podrían arruinar su carrera. La tesis de Tudor es el único registro oficial de los detalles del experimento.

La Universidad de Iowa se disculpó públicamente por el Estudio del Monstruo en 2001. Sin embargo, Patricia Zebrowski, profesora adjunta de patología del habla y audiología de la Universidad de Iowa, señaló que los datos resultantes del experimento constituyen la “mayor colección de información científica” sobre el fenómeno de la tartamudez y que el trabajo de Johnson fue el primero en discutir la importancia de los pensamientos, actitudes, creencias y sentimientos del tartamudo y sigue influyendo enormemente en los estudios sobre la tartamudez

El 17 de agosto de 2007, siete de los niños huérfanos supervivientes recibieron un total de 1,2 millones de dólares del Estado de Iowa por las cicatrices psicológicas y emocionales de por vida causadas por los seis meses de tormento durante el experimento

Sesenta años después del estudio Mary Tudor recibió un envío postal. En él Mary Korlaske, una de las huérfanas, le escribía:

Destruiste mi vida -decía la carta- Podría haber sido una científica, una arqueóloga o incluso una presidenta. En lugar de eso me convertí en una lamentable tartamuda. Los niños se burlaban de mí, mis notas bajaron, me sentía estúpida. Ya adulta, todavía quería evitar a la gente, y así hasta el día de hoy. El paquete iba dirigido a Mary Tudor El Monstruo.

¿Quién era Wendell Johnson? Autor del Experimento Monstruo

En 1926, cuando Johnson ingresó a la universidad de Iowa como estudiante sufría una tartamudez grave, por lo que conocía el problema a fondo. En su clase le apodaron Jack, en referencia al boxeador Jack Johnson, campeón mundial peso pesado, ya que Johnson respondía con un puñetazo a las burlas de sus compañeros.

Johnson habló bien hasta los 5 o 6 años, cuando un profesor mencionó a sus padres que empezaba a tartamudear y, poco a poco, una obsesión con su habla se apoderó de él. Su voz se volvió vacilante y repetía los fonemas.

Pensó que al preocuparse por el problema, lo había generado y que su trastorno no estaba en su cerebro, en la biología, sino que era comportamiento aprendido. La tartamudez, concluyó más tarde, "no comienza en la boca del niño sino en el oído de los padres"

La principal teoría sobre la tartamudez en ese momento era que tenía una causa genética u orgánica. Johnson pasó muchas horas en la clínica del habla, a menudo ofreciéndose como sujeto experimental. Eventualmente enfocó sus estudios de postgrado en patología del habla, especialmente sobre la tartamudez.

Johnson fue hipnotizado, psicoanalizado, pinchado con electrodos, se le dijo que se sentara en agua fría para que le registraran sus temblores y se le dispararon armas cerca del oído para ver si el reflejo de sobresalto inducía algún cambio.

Usaron también un nuevo dispositivo llamado electromiograma para estudiar la actividad neuromuscular en tartamudos, no tartamudos y, en un experimento, en personas que estuvieran bebidas (estudiantes que, únicamente en interés de la ciencia, se habían emborrachado). Los investigadores eludieron la Prohibición al requisar alcohol en el hospital universitario. Las lecturas de los sujetos borrachos mostraron, para sorpresa de nadie, una deficiencia en su habla. En 1936, Johnson escribió en su diario, «Soy una rata blanca profesional»

En 1938, Johnson estaba convencido que el problema era la presión que sentía el niño tartamudo. Aplicando los principios de cómo la gente reacciona al lenguaje, comenzó a formular lo que se convertiría en su «teoría diagnosogénica»: Diagnosticar y etiquetar a los niños pequeños como tartamudos cuando se trababan en alguna palabra empeoraba el problema y los convertía en tartamudos. Pero necesitaba pruebas directas, preferiblemente investigaciones realizadas en un ambiente controlado, lo que terminó haciendo con su experimento.

Se estima que la tartamudez afecta a 1.5% de la población mundial, mientras que en Mexico hay más de 1.5 millones de habitantes tartamudos. Lo que ha generado discusiones y estudios buscando 'curarla', tal como sucedió a finales de la década de 1930, cuando una veintena de niños huerfanos fueron parte del Experimento Monster, el terrible método con el que intentaron solucionar la tartamudez.

El experimento Monster, o Monster Study, fue implementado por un grupo de investigación que buscaba terminar con la tartamudez, usando a 22 niños huérfanos, en el año 1939. El responsable del estudio fue el profesor de Psicología Wendell Johnson, mientras que la realización práctica estuvo a cargo de Mary Tudor, estudiante de Wendell.

¿En qué consistía el Experimento Monster?

El experimento se basó en veintidós niños internos en un orfanato de veteranos en Iowa ‘El Hogar de los Niños de los Soldados’. El planteamiento del estudio era intentar inducir la tartamudez en niños sanos, diciéndoles que no hablaban bien, y elogiar el habla de niños tartamudos para ver si eso inducía una mejoría en la fluidez de su habla. Entre los 22 niños había diez huérfanos que los maestros y cuidadoras del orfanato habían identificado como tartamudos antes de comenzar el estudio.

Los evaluadores se dividieron en los dos grupos. Al grupo de los que no tenían problemas con el habla se les dijo que su habla era deficiente y tan mala como la gente dice, mientras que al grupo de los niños con problemas se les decía que hablaban muy bien.

El estudio duró desde enero hasta el final de mayo de 1939. Tudor también analizó el cociente intelectual de cada niño e identificó si eran zurdos o diestros, ya que una teoría popular de la época sostenía que la tartamudez era causada por un desequilibrio cerebral, por una mala lateralización. La idea era que si, por ejemplo, una persona nació zurda pero usaba la mano derecha, sus impulsos nerviosos fallaban, afectando a su lenguaje. Johnson no creía en la teoría, pero aún así sugirió que Tudor comprobara la destreza manual de cada niño. Les hizo escribir y dibujar en pizarras y alguna otra prueba de fuerza y destreza manual. La mayoría eran diestros, pero había algún niño zurdo en todos los grupos. No encontró correlación entre la habilidad manual y la calidad del habla en los sujetos de estudio.

El período experimental duró desde enero hasta finales de mayo de 1939, y la intervención consistió en que Tudor hablara con cada niño durante unos 45 minutos siguiendo un guion acordado con Johnson. En su tesis, Tudor escribe que habló con los muchachos tartamudos y les explicó que iban a ir dejando de tartamudear. Un ejemplo de lo que les decía es lo siguiente: “Ya no tartamudearás y podrás hablar mucho mejor de lo que lo haces ahora… No prestes atención a lo que los demás digan sobre tu capacidad de hablar, porque sin duda ellos no se dan cuenta de que esto es sólo una fase”.

A los muchachos que no tartamudeaban y se les iba a tachar de tartamudos se les dijo: El personal ha llegado a la conclusión de que tienes muchos de los síntomas de un niño que empieza a tartamudear. Debes tratar de pararlo inmediatamente. Usa tu fuerza de voluntad… Haz cualquier cosa para no tartamudear… No hables nunca a menos que puedas hacerlo bien. ¿Ves cómo [el nombre de un niño en la institución que tartamudeaba gravemente] tartamudea, verdad? Bueno, sin duda empezó de la misma manera que tú”.

El trabajo en el aula de estos niños se resintió y sus notas y la calidad de los trabajos escolares descendió, como uno de los chicos empezó a negarse a recitar en clase.

Mary Korlaske, de 12 años, se volvió retraída y díscola. Durante sus sesiones, Tudor le preguntó si su mejor amiga sabía de su tartamudeo, Korlaske murmuró: “No”. “¿Por qué no?”. Korlaske arrastró los pies. “Casi nunca hablo con ella”. Dos años más tarde, se escapó del orfanato. Sesenta años después contaba a Jim Dyer, un periodista del San José Mercury News, que fue quien destapó este estudio, “esperaba que Tudor hubiera venido a adoptarme. Recuerdo haber esperado con impaciencia durante la escuela para que me llamaran a las sesiones de logopedia y seguir a Tudor a la sala de pruebas. Intentaba darle una buena impresión”.

Años después Tudor recordaba cómo los huérfanos le saludaban en cada visita, corriendo a su coche y ayudándola a llevar los mismos materiales que usaba en el experimento. “Esa fue la parte lamentable… que conseguí que confiaran en mí y luego les hice esta cosa horrible”, dijo.

Lo peor es que el experimento fracasó completamente. De los seis niños normales que fueron falsamente etiquetados como tartamudos, dos mejoraron su fluidez en el habla, según las calificaciones de los investigadores. Al otro grupo de estudio primario le fue un poco mejor. De los tartamudos reales a los que se les dijo que ahora hablaban bien, dos mostraron ligeras mejoras en la fluidez, dos disminuyeron en la fluidez y uno se mantuvo sin cambios

Johnson nunca publicó la investigación, ya que terminó justo antes de la Segunda Guerra Mundial, y mientras el mundo se enteraba de los experimentos médicos nazis en sujetos vivos, los colegas de Johnson en su universidad le advirtieron que ocultara su trabajo sobre los huérfanos en lugar de arriesgarse a hacer comparaciones que podrían arruinar su carrera. La tesis de Tudor es el único registro oficial de los detalles del experimento.

La Universidad de Iowa se disculpó públicamente por el Estudio del Monstruo en 2001. Sin embargo, Patricia Zebrowski, profesora adjunta de patología del habla y audiología de la Universidad de Iowa, señaló que los datos resultantes del experimento constituyen la “mayor colección de información científica” sobre el fenómeno de la tartamudez y que el trabajo de Johnson fue el primero en discutir la importancia de los pensamientos, actitudes, creencias y sentimientos del tartamudo y sigue influyendo enormemente en los estudios sobre la tartamudez

El 17 de agosto de 2007, siete de los niños huérfanos supervivientes recibieron un total de 1,2 millones de dólares del Estado de Iowa por las cicatrices psicológicas y emocionales de por vida causadas por los seis meses de tormento durante el experimento

Sesenta años después del estudio Mary Tudor recibió un envío postal. En él Mary Korlaske, una de las huérfanas, le escribía:

Destruiste mi vida -decía la carta- Podría haber sido una científica, una arqueóloga o incluso una presidenta. En lugar de eso me convertí en una lamentable tartamuda. Los niños se burlaban de mí, mis notas bajaron, me sentía estúpida. Ya adulta, todavía quería evitar a la gente, y así hasta el día de hoy. El paquete iba dirigido a Mary Tudor El Monstruo.

¿Quién era Wendell Johnson? Autor del Experimento Monstruo

En 1926, cuando Johnson ingresó a la universidad de Iowa como estudiante sufría una tartamudez grave, por lo que conocía el problema a fondo. En su clase le apodaron Jack, en referencia al boxeador Jack Johnson, campeón mundial peso pesado, ya que Johnson respondía con un puñetazo a las burlas de sus compañeros.

Johnson habló bien hasta los 5 o 6 años, cuando un profesor mencionó a sus padres que empezaba a tartamudear y, poco a poco, una obsesión con su habla se apoderó de él. Su voz se volvió vacilante y repetía los fonemas.

Pensó que al preocuparse por el problema, lo había generado y que su trastorno no estaba en su cerebro, en la biología, sino que era comportamiento aprendido. La tartamudez, concluyó más tarde, "no comienza en la boca del niño sino en el oído de los padres"

La principal teoría sobre la tartamudez en ese momento era que tenía una causa genética u orgánica. Johnson pasó muchas horas en la clínica del habla, a menudo ofreciéndose como sujeto experimental. Eventualmente enfocó sus estudios de postgrado en patología del habla, especialmente sobre la tartamudez.

Johnson fue hipnotizado, psicoanalizado, pinchado con electrodos, se le dijo que se sentara en agua fría para que le registraran sus temblores y se le dispararon armas cerca del oído para ver si el reflejo de sobresalto inducía algún cambio.

Usaron también un nuevo dispositivo llamado electromiograma para estudiar la actividad neuromuscular en tartamudos, no tartamudos y, en un experimento, en personas que estuvieran bebidas (estudiantes que, únicamente en interés de la ciencia, se habían emborrachado). Los investigadores eludieron la Prohibición al requisar alcohol en el hospital universitario. Las lecturas de los sujetos borrachos mostraron, para sorpresa de nadie, una deficiencia en su habla. En 1936, Johnson escribió en su diario, «Soy una rata blanca profesional»

En 1938, Johnson estaba convencido que el problema era la presión que sentía el niño tartamudo. Aplicando los principios de cómo la gente reacciona al lenguaje, comenzó a formular lo que se convertiría en su «teoría diagnosogénica»: Diagnosticar y etiquetar a los niños pequeños como tartamudos cuando se trababan en alguna palabra empeoraba el problema y los convertía en tartamudos. Pero necesitaba pruebas directas, preferiblemente investigaciones realizadas en un ambiente controlado, lo que terminó haciendo con su experimento.

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