Por increíble que parezca, una semilla que habría sido plantada por una pequeña ardilla hace más de 30.000 años, fue capaz de dar vida a una nueva flor llamada Silene stenophylla.
El hallazgo, ocurrió luego de que un grupo de científicos encabezado por David Gilichinsky descubrieran el fruto de la planta enterrado en una madriguera a las orillas del río Kolyma en Rusia.
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La madriguera de la ardilla en cuestión tenía una profundidad de 38 metros y estaba rodeada de fósiles de mamuts y rinocerontes, que se escondían bajo la nieve a una temperatura de -7 grados centígrados, misma que sirvió para conservar la semilla de la flor en un perfecto estado.
Una vez que fue encontrada, la mujer encargada de hacer crecer al fruto fue Svetlana Yashina, perteneciente a la Academia Rusa de Ciencias y quien baño las placentas de la semilla en diversos ingredientes que pudieran darle vida. Un par de años después, las raíces trabajadas por Yashina se volvieron flores que lograron producir sus propias semillas.
Durante el proceso, Yashina también observó que las plantas antiguas suelen ser bastante diferentes a las que existen en la actualidad, ya que tardan más en crecer y tienen pétalos más grandes.
A pesar de que con anterioridad se había intentado algo parecido en 2008, cuando científicos israelíes revivieron una palmera cuyas semillas se enterraron durante el siglo l, las de la flor Silene stenophylla resultaron aún más sorprendentes al conservar más años de antigüedad.
Hay que destacar que esta es la primera vez que alguien logra cultivar con éxito plantas pertenecientes a semillas que fueron encontradas en madrigueras congeladas, pues la última vez que un grupo de expertos canadienses lo intentaron en el año de 1967, se descubrió que las semillas encontradas eran en realidad semillas modernas que habían sido contaminadas.