/ domingo 20 de octubre de 2024

El llanto del fantasma de una niña lo despertó en su trabajo en una funeraria

Lamentos en la funeraria: la noche que marcó a Diego

Torreón, Coahuila. – Corría el año de 1991 cuando Diego, quien en ese entonces tenía 22 años, había conseguido un empleo no muy común, de esos que son extraños para algunos, en el que tenía que tratar con la muerte.

Diego consiguió ese trabajo gracias a un buen amigo y compañero de preparatoria, quien le propuso que fuera chofer de una carroza fúnebre, de la desaparecida funeraria Capillas Memoriales, que estaba ubicada en Gómez Palacio.

Para Diego la idea fue descabella, ya que no tenía el temple y ni la valentía de trasladar muertos de un lugar a otro, en sí, le daba miedo.

La propuesta de trabajo le fue atractiva cuando le dijeron cuánto ganaría por cada traslado, por lo que aceptó, pero al final no solo era el traslado de los muertos, sino levantarlos del lugar donde habían fallecido, así como vestirlos, maquillarlos, depositarlos en el ataúd, incluso hasta cobrar los servicios funerarios.

Durante tres años se involucró a fondo en todas las actividades de la funeraria y empezó a entender que este negocio era rentable.

También experimentó tres casos paranormales, que los recuerda como fuera ayer, cuyas rarezas son inexplicables al razonamiento y a la coherencia.

Al principio, cuando Diego trasladaba a un muerto a bordo de la carroza, se ponía nervioso, se le alteraba la respiración, su ritmo cardiaco se aceleraba y era tanta su sugestión, que se le figuraba que resucitaría, se levantaría y lo atacaría, así como en las películas de terror.

Conforme pasó el tiempo comenzó a perder el miedo y a entender que la muerte es proceso que termina con la existencia de cada ser humano, al menos materialmente.

Nunca se imaginó que conocería a tantas personas en el “día de su muerte”, quienes habían dejado de existir por diversas circunstancias; una enfermedad crónica degenerativa, en un accidente vial incluso hasta en un asesinato.

Se acercaba Navidad de 1991, hacía bastante frío, Diego había llegado a una de las sucursales de la funeraria que estaba frente al Hospital General de Gómez.

Fue recibido por el dueño, quien le dijo que habían llegado dos cajitas de muerto para niño, las cuales fueron acomodadas en los anaqueles que estaban al fondo de la funeraria.

El dueño se retiró a su casa y Diego se quedó en la funeraria para atender algún servicio nocturno que fuera solicitado por algún doliente.

A la media noche, Diego acomodó en fila, cuatro sillas acojinadas y se acostó sobre ellas tapándose con una cobija gruesa, ya que esa noche hacía mucho frío.

El frío y el sueño vencieron a Diego, por lo que se quedó dormido.

Alrededor de las 03:00 de la mañana, el llanto de una niña, como de 3 o 4 años, se escuchaba al fondo de la funeraria.

El intenso llanto provenía justo donde se encontraban las cajas de muerto y esto despertó a Diego, quien sintió mucho miedo, incluso permaneció acostado y no tuvo valor de levantarse para averiguar de dónde provenían ese llanto.

A partir de ese instante, Diego ya no pudo dormir debido a que el miedo lo invadió, a pesar de que el frío le calaba hasta los huesos, estuvo tapado de pies y cabeza esperando a que amaneciera.

Como a las 06:00 de la mañana, alguien estaba tocando la puerta, por lo que Diego se levantó rápidamente para ver quién era y vio que era un hombre joven como de unos 33 años, a quien le abrió la puerta para que entrara a la funeraria.

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El semblante de aquel hombre, era serio, relajado y ecuánime.

Adentro de la funeraria, le preguntó a Diego que sí tenía una cajita de muerto para niño, ya que su hija, de 3 años, había fallecido durante la madrugada y su cuerpo estaba tendido en una cama del ISSSTE de Lerdo.

Diego, al escuchar lo que había dicho ese hombre, se quedó atónito, se le puso la piel de gallina, lo invadió el miedo y solo reflexionaba lo que había escuchado unas horas antes.

Ese intenso llanto que salía desde el fondo de la funeraria.

Ambos caminaron por un pasillo oscuro, hasta donde estaban las cajas de muerto, Diego prendió la luz y aquel hombre se le quedó viendo a una de las cajitas y dijo esa quiero para mi hija.

El doliente pagó el servicio funerario y le comentó a Diego, “por favor vaya a recoger a mi niña que está en el ISSSTE y lleve el cuerpo a mi casa, en el ejido El Quemado".

Torreón, Coahuila. – Corría el año de 1991 cuando Diego, quien en ese entonces tenía 22 años, había conseguido un empleo no muy común, de esos que son extraños para algunos, en el que tenía que tratar con la muerte.

Diego consiguió ese trabajo gracias a un buen amigo y compañero de preparatoria, quien le propuso que fuera chofer de una carroza fúnebre, de la desaparecida funeraria Capillas Memoriales, que estaba ubicada en Gómez Palacio.

Para Diego la idea fue descabella, ya que no tenía el temple y ni la valentía de trasladar muertos de un lugar a otro, en sí, le daba miedo.

La propuesta de trabajo le fue atractiva cuando le dijeron cuánto ganaría por cada traslado, por lo que aceptó, pero al final no solo era el traslado de los muertos, sino levantarlos del lugar donde habían fallecido, así como vestirlos, maquillarlos, depositarlos en el ataúd, incluso hasta cobrar los servicios funerarios.

Durante tres años se involucró a fondo en todas las actividades de la funeraria y empezó a entender que este negocio era rentable.

También experimentó tres casos paranormales, que los recuerda como fuera ayer, cuyas rarezas son inexplicables al razonamiento y a la coherencia.

Al principio, cuando Diego trasladaba a un muerto a bordo de la carroza, se ponía nervioso, se le alteraba la respiración, su ritmo cardiaco se aceleraba y era tanta su sugestión, que se le figuraba que resucitaría, se levantaría y lo atacaría, así como en las películas de terror.

Conforme pasó el tiempo comenzó a perder el miedo y a entender que la muerte es proceso que termina con la existencia de cada ser humano, al menos materialmente.

Nunca se imaginó que conocería a tantas personas en el “día de su muerte”, quienes habían dejado de existir por diversas circunstancias; una enfermedad crónica degenerativa, en un accidente vial incluso hasta en un asesinato.

Se acercaba Navidad de 1991, hacía bastante frío, Diego había llegado a una de las sucursales de la funeraria que estaba frente al Hospital General de Gómez.

Fue recibido por el dueño, quien le dijo que habían llegado dos cajitas de muerto para niño, las cuales fueron acomodadas en los anaqueles que estaban al fondo de la funeraria.

El dueño se retiró a su casa y Diego se quedó en la funeraria para atender algún servicio nocturno que fuera solicitado por algún doliente.

A la media noche, Diego acomodó en fila, cuatro sillas acojinadas y se acostó sobre ellas tapándose con una cobija gruesa, ya que esa noche hacía mucho frío.

El frío y el sueño vencieron a Diego, por lo que se quedó dormido.

Alrededor de las 03:00 de la mañana, el llanto de una niña, como de 3 o 4 años, se escuchaba al fondo de la funeraria.

El intenso llanto provenía justo donde se encontraban las cajas de muerto y esto despertó a Diego, quien sintió mucho miedo, incluso permaneció acostado y no tuvo valor de levantarse para averiguar de dónde provenían ese llanto.

A partir de ese instante, Diego ya no pudo dormir debido a que el miedo lo invadió, a pesar de que el frío le calaba hasta los huesos, estuvo tapado de pies y cabeza esperando a que amaneciera.

Como a las 06:00 de la mañana, alguien estaba tocando la puerta, por lo que Diego se levantó rápidamente para ver quién era y vio que era un hombre joven como de unos 33 años, a quien le abrió la puerta para que entrara a la funeraria.

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El semblante de aquel hombre, era serio, relajado y ecuánime.

Adentro de la funeraria, le preguntó a Diego que sí tenía una cajita de muerto para niño, ya que su hija, de 3 años, había fallecido durante la madrugada y su cuerpo estaba tendido en una cama del ISSSTE de Lerdo.

Diego, al escuchar lo que había dicho ese hombre, se quedó atónito, se le puso la piel de gallina, lo invadió el miedo y solo reflexionaba lo que había escuchado unas horas antes.

Ese intenso llanto que salía desde el fondo de la funeraria.

Ambos caminaron por un pasillo oscuro, hasta donde estaban las cajas de muerto, Diego prendió la luz y aquel hombre se le quedó viendo a una de las cajitas y dijo esa quiero para mi hija.

El doliente pagó el servicio funerario y le comentó a Diego, “por favor vaya a recoger a mi niña que está en el ISSSTE y lleve el cuerpo a mi casa, en el ejido El Quemado".

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