Gómez Palacio, inicialmente cuna de la Hacienda del Torreón, abraza su identidad como una ciudad que se forjó a sí misma. Las páginas de su historia narran el ingenio de Lavín, quien en 1883 provocó un quiebre al dividir sus tierras, instando a los trabajadores a construir sus hogares. Este punto de partida singular marcó la gestación de una comunidad que evolucionaría a pasos agigantados.
Históricamente, se discute si Gómez Palacio fue primero ciudad que rancho o villa, pero la certeza radica en su transformación ininterrumpida. Desde sus calles que respiran historia con construcciones neoclásicas hasta las estructuras modernas que definen su paisaje, Gómez Palacio se despliega con un aspecto cosmopolita. A lo largo de los años, ha fusionado la riqueza de su pasado con la vitalidad de su presente.
Rodolfo Campuzano Sánchez, figura destacada en la salud y apasionado historiador, arroja luz sobre los orígenes precolombinos de la región. Al principio, habitada por tribus nómadas de indígenas, el panorama cambió drásticamente después de la conquista española. Francisco de Urdiñola, Juan Agustín de Espinoza y el capitán Antón Martín Zapata, personajes que resonarían en la historia de Gómez Palacio, se adentraron en esta tierra, marcando un nuevo comienzo.
Dentro de esta evolución, el surgimiento de Juan Nepomuceno Flores, Leonardo Zuluaga y Juan Ignacio Jiménez trajo consigo un cambio trascendental. La implementación de canales y acequias, concebidos con pico y pala, aprovechó las aguas del río Nazas, transformando la región en un vergel productivo. La llegada del ferrocarril en 1883, con la instalación de las vías del Ferrocarril Central Mexicano en la estación Lerdo, abrió una nueva era al propiciar el desarrollo agropecuario con el cultivo del algodón.
El 15 de septiembre de 1885, un acto inmortalizó la historia de Gómez Palacio: la primera escritura de terreno a nombre de Epigmenio Rodallegas, marcando oficialmente su fundación. En honor póstumo a Francisco Gómez Palacio, diputado federal y gobernador del Estado de Durango, la ciudad se erigió como un crisol de esfuerzo y crecimiento. Desde aquellos días, la resiliencia de su población ha sido el sello distintivo de una comunidad que sigue escribiendo su historia.
Con el reconocimiento como ciudad en 1890 y la formalidad municipal establecida por el decreto 60 del Congreso local el 18 de diciembre de 1905, Gómez Palacio consolidó su identidad. Hoy, más que nunca, se proyecta hacia el futuro con una mirada que fusiona su rica historia con las oportunidades que el mañana promete. Gómez Palacio, ciudad que se reinventa mientras honra sus raíces, se presenta como una crónica viva de un legado centenario.