Lerdo.- Debajo de la presa Las Tórtolas se encuentran los restos de un pueblo que muchos aún recuerdan: Graseros fue una comunidad del municipio de Lerdo que los abuelos de los habitantes que ahora viven en los alrededores de la presa, sacaron adelante con trabajo y esfuerzo. A pesar de ello no lograron conservarlo y tuvieron que acceder a ser reubicados para dar paso a la construcción de esta gran obra.
Algunos habitantes que trabajan en la presa todavía recuerdan un poco de lo que fue ese lugar; recuerdan con cariño cómo se vivía y que sus abuelos trabajaron en el campo día a día para salir adelante, dejando ese legado de amor a la tierra y trabajo a los suyos.
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Hoy el pueblo está sumergido entre las aguas, que fueron una esperanza para las nuevas familias que permanecen en la comunidad; su legado de trabajo los llevó a adaptarse y dar un giro a las actividades, pero aprovechando siempre la oportunidad que la vida les da para buscar la forma de sobrevivir.
El inicio de una nueva historia
La presa Francisco Zarco o Las Tórtolas se fundó en 1970; donde inicia se encontraba un pequeño ranchito de nombre Graseros. Cuando se dieron las inundaciones en La Laguna y hubo fuertes y frecuentes lluvias, por lo que el Gobierno Federal decidió construir el bordo o la cortina, con la finalidad de detener el agua y regularla.
Al llegar al lugar ideal para la construcción de la presa que detendría el agua, se encontraron con una dificultad, había un poblado que además, era productivo y lleno de vida; entonces comenzaron a construir un nuevo pueblo para trasladarlos y ofrecerles un lugar donde vivir.
Toda el área donde está la presa era tierra, todo se sembraba; incluso acaban de liquidarles hace alrededor de un mes lo correspondiente a sus tierras, algunos ya no alcanzaron a recuperar lo suyo, pero fueron sus hijos o nietos quienes tuvieron esa oportunidad.
“Hace casi 60 años que sacaron a la gente de allá y todavía hay gente aquí; mi abuelita hace poco se murió y ya no alcanzó pero se lo dieron a su hija. Así va pasando, los hijos de los dueños son los que están agarrando el dinero”, explica Erwin Eduardo, un joven lanchero que permanece en este lugar por tradición y amor al pueblo.
El pueblo que se negaba a morir
A pesar de estar oculto bajo el agua, el pueblo permanece y se niega a morir; todavía existe la iglesia, una hacienda que al ser de concreto y piedra se conserva ahí, lo demás se perdió.
La gente era humilde y las viviendas muy sencillas, había mucha pobreza y por ello considera que actualmente la gente del pueblo está mejor que antes.
La mayoría de las personas de ese pueblo trabajaban para los hacendados, iban a traer la leña o cualquier producto que obtenían; había candelilla y de ahí fabricaban sogas o hasta cera y se daba el árbol de dónde podían sacar el caucho. Iban a la hacienda a dejar lo que recolectaban y les daban un vale, pero solo había una tienda y ahí lo entregaban para cambiarlo por productos necesarios, alimenticios o para el hogar.
“Nosotros allá vivíamos en el mero centro de la presa, ahí está el pueblito enterrado. Inclusive cuando nosotros vemos que la presa está baja se empieza a ver la cúpula de la iglesia”, dijo Martín Salazar, restaurantero de la presa.
Hace unos 56 años que los reubicaron del desaparecido Graceros a donde se encuentran ahora; Nuevo Graseros realmente tiene el mismo espíritu, aunque no es la misma gente, hay mucha descendencia de quienes durante aquella época impulsaron el desarrollo de esta comunidad, rica en agricultura y ganadería.
Lo que por derecho les corresponde
A los propietarios de las tierras que conformaban en la década de los 60 el pueblo de Nuevo Graseros, les quedaron a deber la mitad de lo acordado con el Gobierno Federal; fue hasta hace alrededor de un mes que liquidaron esta deuda.
A don Refugio Salas, pescador de la presa Francisco Zarco le pagaron lo correspondiente a las tierras que eran de sus abuelos; muchos corrieron con la misma suerte porque sus padres o abuelos, los ejidatarios, ya no viven.
El pueblo que se encontraba frente al cerro desapareció; don Cuco solo vivió sus primeros 8 años en ese lugar y son pocos los recuerdos que le quedan, era muy pequeño cuando tuvieron que emigrar.
“Teníamos por fuerza que salir pues iban a soltar el agua; si había dos o tres personas que no querían pero con la llegada del agua tuvieron que salir. A veces los cambios son buenos, a veces malos pero si nos fue más o menos”.
Recuerda que la gente vivía de la ganadería, de sus pequeñas siembras de maíz, luego comenzaron a cultivar algodón; sus abuelos trabajaban la tierra y aunque no recuerda lo suficiente, tiene presente que el pueblo era bonito, productivo y tenía cosas muy buenas.