El exorcismo es una práctica religiosa que se enfoca en expulsar un ente maligno: demonios, espíritus, brujas o nahuales, de una persona u objeto que está poseído y no tiene control sobre sus comportamientos o acciones.
El libro ‘El azote del diablo’ de Girolamo Menghi, escrito en el Renacimiento, plantea que la gente en su mayoría creía en la posesión demoníaca y para hacerle frente, los “guerreros encargados del bien” debían ser hombres santos dotados de poder para contrarrestar los malos espíritus.
En ese mismo texto puede encontrarse la obra Flagellum daemonum, un manual del siglo XVI con la historia breve de la demonología en Europa y las creencias religiosas, así como algunos “estándares eclesiásticos”.
A una persona se le considera poseída cuando cumple con algunas características y además se ha descartado que tenga un trastorno psicológico. Entre las más claras muestras de posesión demoniaca se halla la aversión a Dios y todo lo que tenga que ver con él: imágenes sagradas, la virgen, los santos o la Santa Cruz; también hablar lenguas desconocidas que una persona no pudo haber aprendido y tener una fuerza descomunal.
Para la Iglesia Católica, para que se lleve a cabo un exorcismo debe ser sacerdote y contar con la autorización de la Diócesis correspondiente, permiso el cual puede ser otorgado para un caso específico o de manera general para un lapso por lo general de tres años y puede ampliarse en un número indeterminado de ocasiones.
Pese a que la Iglesia exhorta por lo general no llevar a cabo los ritos de exorcismo, para estos es necesario contar con crucifijos, reliquias, agua bendita y tener un amplio conocimiento de cómo debe llevarse a cabo.
La Iglesia Católica prohíbe expresamente participar en ritos satánicos, sesiones ouija, espiritismo, hechicería, adivinación, así como blasfemar de manera continua, pues esto podría atraer entes malignos.