Cuenta la leyenda que en la ciudad de Lerdo existió un señor, ya anciano, de estatura regular, delgado, con los ojos negros brillantes y amante de la música. Su leyenda perdura ya que dicen que hasta los perros le tenían miedo. Te contamos la leyenda de Don Pascasio, el violinista de Lerdo.
Se dice que su casa era en un solo cuarto de adobe rodeado de higueras en un pequeño huerto muy cerca del río nazas, por lo que era normal verlo en este río lavando su ropa o bañándose.
Don Pascasio vivía pobremente y siempre mantenía la puerta de su casa cerrada mientras espiaba a los vecinos por las rendijas. Se dice que una vez le preguntaron qué hacía para mantenerse, el anciano sólo contestaba que ‘con poca lucha le bastaba’. Esta respuesta ocasionó que algunas personas le pusieran el apodo de “Pocalucha”, sobrenombre que a don Pascasio no le gustaba por lo que salía lleno de coraje a recoger piedras y lanzarlas a quien lo llamara así.
Dentro de la habitación de don Pascasio había una cama alta, hecha con dos bancos angostos y unas tablas, una mesa con una silla y colgando de una alcayata, un violín; el fogón a ras del suelo y la tronera por donde escapaba el humo de la leña que se quemaba en esta escueta estufa. En el patio se apilaban un sinfín de cosas, desde un viejo arado, muchos trastos y los aparejos del burro que encerraba detrás de la casa.
La vida de este señor parecía rara según los vecinos. Aunque también era un hombre con cultura, ya que le gustaba leer, además de tocar el violín y órgano en la iglesia, así como muchos cánticos sagrados, mismos que a veces interpretaba en latín. Era temeroso de que lo asaltaran, por eso en cuanto se metía el sol, él ya estaba dentro de su casa y no le abría a nadie.
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La leyenda también cuenta que en lo profundo de la noche se ponía a tocar el violín para ahuyentar al demonio, porque ese instrumento se tocaba en cruz y de esas notas salían melodías y armonías muy bellas. El anciano tendía su cuello nervudo y seco sobre la cazoleta del violín y con sus sarmentosas manos tocaba y tocaba, y parecía que en esos momentos su espíritu se liberaba con la música de aquel violín.
Si bien los vecinos ya estaban acostumbrados a oír a don Pascasio tocar su violín durante las noches, esto no evitaba que se persignaran temerosos cuando escuchaban su voz, cantando himnos religiosos muy antiguos poco antes del canto de los gallos que anunciaban el amanecer.
Un día Don Pascasio falleció y los vecinos dejaron de escuchar sus melodías a mitad de la noche. Aunque algunos trasnochadores que pasaban por el lugar afirmaban escuchar tranquilas melodías que salían de su huerta. A quienes los oían se les ponían la carne de gallina y los pelos de punta y persignándose apresuraban su paso para llegar pronto a sus casas, además de que los perros aullaban lastimeramente en esas horas de la noche.
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Otros, los madrugadores, decían que de la casa abandonada de don Pascasio se escuchaban cantar himnos que parecían salir del fondo de los tiempos que decían: “Ya viene el alba, ya viene el día, daremos gracias, Ave María”
Para algunos una leyenda, para otros una simple historia, la realidad es que nadie supo de qué falleció o cual era la historia detrás de aquel anciano. Mucho tiempo después la gente se contaban unas a las otras haber escuchado aquella música y aquellos himnos de alguien que vagaba por la huerta abandonada.