En varias ocasiones, en México, anteriormente la Nueva España, se presentaron brotes de la peste negra, misma que terminó con la vida de cientos, quizá miles de personas en este territorio. Sin embargo, uno de los más complicados brotes se llegó a principios del Siglo XX.
Según Arturo Fierros Hernández y Alejandro Ayala Zúñiga en el texto “Las epidemias que nunca llegaron: fiebre amarilla (1883) y peste bubónica (1902 – 1903) en Baja California, la historia del brote inicia en Japón, desde donde zarpó un barco con rumbo a San Francisco, donde se reportó el primer caso de esta temible enfermedad el 21 de mayo de 1900 y para el 24 de mayo, la cifra aumentó a seis.
Poco o nada más se supo de la peste en Estados Unidos y México durante ese tiempo; sin embargo, en 1902, Walter Wyman, supervisor general de Salud Pública de la Unión Americana informó el 11 de diciembre que había brotes de la peste en Ensenada, Baja California a Eduardo Liceaga, presidente del Consejo Superior de Salubridad (SSA) en nuestro país.
Por recomendación de Wyman, las autoridades mexicanas aceptaron que Samuel Bates Grubbs, médico del laboratorio de bacteriología en Estados Unidos, acudiera a Ensenada para realizar algunos estudios.
Ahí, Bates descubrió, de la mano con investigaciones, revisión de cadáveres y en entrevista con el doctor de la localidad, Bertrand H. Peterson, que casos aislados de la peste se presentaron en la población desde diciembre de 1901; sin embargo, se desconocían cuántos.
Posteriormente, el 6 de junio de 1903, fueron reportados dos casos más en Ensenada por autoridades estadounidenses, quienes tiempo después comprobaron otro par.
En ese entonces, Ensenada tenía alrededor de dos mil habitantes, y murió solo 0.2 % de los habitantes del lugar consecuencia de la peste; sin embargo, la causa se desconoce en las actas de defunción de Baja California, pues en estas no se encuentra referencia a ningún muerto por peste, siguiendo a las autoridades mexicanas.
No obstante, con la llegada de la peste a San Francisco, hubo un municipio de México que se vio severamente afectado, Mazatlán, a donde se presume llegó la peligrosa enfermedad por unos marineros que viajaron, desde la mencionada ciudad estadounidense, a bordo del barco de vapor “Curacao” o "Curazao", que algunos historiadores piensan venía desde China e hizo escala en Norteamérica, el 13 de octubre de 1902.
Después de su llegada, la enfermedad empezó a presentarse “en una vecindad de malolientes pocilgas de madera conocidos como ‘Cuarteria de Lamadrid’ […] a una relativamente corta distancia de los cobertizos de la aduana marítima y el muelle principal del embarque”, señala la página oficial del gobierno de Mazatlán.
Tan solo siete días después del primer brote, llegaron las primeras consecuencia de la peste; además, poco a poco ocupantes de las casas cercanas también se infectaron, consecuencia según el entonces delegado de la SSA, el Dr. Leopoldo Ortega, de los pozos de agua infectada que generaban una forma grave de paludismo.
A pesar de intentar solucionar lo anterior, incluso quemando las viviendas en los que se presentaron los focos infecciosos, la enfermedad continuó esparciéndose, por lo que se tomaron medidas más severas como cerrar el Puerto al tráfico marítimo.
Ya a sabiendas de que se trataba de la peste, la ciudad se dividió en “seis cuarteles” cada uno atendido por dos auxiliares sanitarios, un inspector y dos médicos dirigidos por el Dr. Martiniano Carvajal, quien estableció un decálogo para combatir la epidemia en el que se contemplaban medidas como aislar enfermos, desinfectar habitaciones, exterminar ratas, ratones y pulgas (terminando así con casi 30 mil roedores) y cremar la basura, por mencionar algunas.
Lo anterior no fue suficiente y en el municipio se formó la Junta de Caridad que tenía el fin de proponer medidas y aplicar recursos monetarios para el combate de la epidemia, pero su mejor decisión fue emitir un llamado de auxilio a distintas instituciones, corporaciones y miembros de la sociedad del país y el extranjero, quienes sin dudar aportaron donaciones.
También, gracias a la labor de la Junta de Caridad, los gobiernos a nivel Estatal y Federal se involucraron mucho más en la epidemia y crearon la Junta de Sanidad Federal que realizó varias acciones para coadyuvar al fin de la enfermedad, misma que durante los años de 1902 y 1904, de acuerdo con Fierros-Hernández y Ayala-Zúñiga, causó 582 muertes en toda Sinaloa.