Cada 6 de agosto, cientos de feligreses se reúnen en Cuencamé, Durango, para celebrar al llamado Santo Patrono de los laguneros: el Señor de Mapimí. Una figura llena de historia y que forma parte de la fe de la región.
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Historia de Cuencamé, Durango
Cuencamé es un municipio con cerca de 35 mil habitantes, según datos del Gobierno Federal en 2020. Se ubica en la zona semidesértica del estado de Durango, en la región más conocida como el Bolsón de Mapimí. Su origen se remonta al año 1583, cuando el padre Franciscano Jerónimo Panger, fundó el convento de la Purísima Concepción de Cuencamé, donde estableció la primera misión franciscana. Años más tarde, en 1594, ahí se asentaron las misiones de la Compañía de Jesús.
No fue hasta el siglo XVII que tras descubrir las minas de Santa María de San Lorenzo, los europeos fundaron el actual Cuencamé bajo el nombre de Real de Minas de San Antonio de Cuencamé. Este lugar se conoció gracias a la milagrosa imagen del Señor de Mapimí, que está sobre el retablo barroco de mediados del siglo XVIII del templo de San Antonio de Padua, patrono del pueblo.
¿Quién o qué es el Señor de Mapimí?
Según el artículo Ritos y Tradiciones el Señor De Mapimí y el Cristo del Tizonazo de Gabriela Sánchez Garza, se desconoce el origen del culto a este cristo, ya que no existen evidencias de que hubieran sido los franciscanos o jesuitas, al igual que su inicio. Según el cronista del municipio, Anacleto Hernández, la imagen es venerada en la región desde el siglo XVIII.
El cronista cuenta que fue en 1715, durante un Jueves Santo, que los españoles de Real de Mapimí realizaban una procesión con la imagen cuando fueron atacados por tobosos y cocoyomes, indígenas de la región. Un grupo de soldados logró escapar con la imagen y fueron rumbo a la población de Parras, atravesando la sierra de Jimulco donde al final terminaron por ocultarla.
Tiempo después, la imagen fue encontrada cerca del río Aguanaval, cerca de un mezquite. Soldados escolteros custodiaron y trasladaron la imagen a la Parroquia de Cuencamé, donde llegó un 6 de agosto de 1715 para nunca irse.
Cuenta la leyenda que el cristo “extendió sus brazos de misericordia” y pese a los esfuerzos de pobladores de Mapimí, estos no pudieron sacarla de la iglesia, lo que fue interpretado como que el Señor de Mapimí no quería irse de Cuencamé.
Es por eso que año con año, cientos de creyentes recorren los más de 300 kilómetros que comprende la carretera de Torreón a Cuencamé, para visitar al Señor de Mapimí, figura que los pobladores aseguran, los mantiene unidos y de pie.