“El chivero de las manos divinas”, el hombre que adquirió un don tras encuentro con extraterrestres

El hombre falleció a los 64 años hace unos días en el ejido Vega Larga, Coahuila

Claudia Landeros / El Sol de La Laguna

  · viernes 1 de noviembre de 2024

En el poblado de Vega Larga, perteneciente al municipio de San Pedro, Coahuila, vivía “El chivero de las manos divinas”, un hombre que tenía el don de sanar a la gente. / Foto: Sofy Ramírez / El Sol de La Laguna

A poco más de una hora del municipio de Torreón, antes de llegar a la cabecera municipal de San Pedro de las Colonias, se encuentra el pueblo de Vega Larga, una comunidad rural de la Laguna de Coahuila, donde todavía prevalece la paz y tranquilidad. Está rodeado de campos algodoneros, una de las principales actividades económicas de los ejidos, tanto en el municipio de San Pedro como en el de Francisco I. Madero.

Vega Larga es un lugar con una calma excesiva; desde que se llega, contagia esa paz. Muy poca gente se puede ver en las calles; en la escuela de la comunidad, los niños realizan contentos sus actividades, entrando y saliendo con libertad y total seguridad.

En este lugar nació y creció Arturo Hernández Blanco, “El chivero de las manos divinas”, un hombre que tenía el don de sanar con sus manos, por lo que era conocido con este nombre. Lo de “chivero” se debe a que realmente tenía ganado y desde pequeño trabajó con su padre criando chivas para sobrevivir.

Se dice que don Arturo obtuvo sus poderes de sanación a raíz de un encuentro cercano que tuvo con seres de otra dimensión. Fue en un lugar muy cercano a Vega Larga, conocido como “la parada”, que incluso ahora le llaman “la parada de los marcianos”. La mayoría de los pobladores lo conocían; al menos lo habían oído nombrar. Mucha gente de otras poblaciones y municipios venía con frecuencia a buscarlo para beneficiarse con sus dones, de ahí su popularidad.

Personas entraban y salían de Vega Larga, preguntando por el chivero y la ubicación de su casa; todos saben dónde está. Incluso sigue acudiendo gente en busca del sanador, sin saber que éste perdió la vida el pasado 10 de octubre, tras una semana de agonía por un derrame cerebral. Se trata de una amplia vivienda de color verde vivo, rodeada de plantas y animales domésticos, en la que solo vive la esposa del desaparecido don Arturo, quien lo extraña y, triste, aún lleva el duelo a cuestas.

Cientos de personas acudían cada mes a la casa de Arturo Hernández Blanco, el chivero, para pedir ayuda y mejorar de sus males. / Foto: Sofy Ramírez / El Sol de La Laguna

Encuentro del tercer tipo

Era un 9 de enero de 1976 cuando Arturo Hernández se dirigía a la secundaria en una motocicleta, acompañado por su hermano Armando. A sus 16 años, salieron muy temprano a la escuela técnica número 22 del ejido San José de la Niña, cuando de pronto la motocicleta se averió. Estuvieron unos minutos tratando de arreglarla, pero optó por decirle a su hermano Armando que regresara a casa por la bicicleta para poder llegar a tiempo.

Cuando llegó con ella, se salió la cadena de la bicicleta, por lo que decidió enviar a su hermano a seguir su camino, para que llegara a tiempo a la escuela y él lo alcanzaría más tarde. “Él decía que de pronto comenzó a escuchar como un zumbido de abejas. Volteaba hacia la comunidad de la Vega y hacia la Parada, donde pasan los camiones, y cuando voltea hacia el monte, hacia el sur, fue cuando vio una nave plateada. Se asustó, pero decía que vio cómo de esa nave se bajaban dos seres que se acercaban a él en pausa, diciéndole que no se asustara, pero telepáticamente”, comenta Jesús de Alba, cuñado y compadre de Arturo, quien fue no solo familiar, sino un fiel compañero para él, que siempre lo apoyó y creyó en él.

Le decían que eran seres de las estrellas y que él era uno de los elegidos para ese tipo de encuentro. Arturo quedó impactado y se fue, arrastrando la bicicleta, avanzando algunos metros, volviendo a mirar hacia atrás y viendo que los seres extraños seguían ahí. “Lo único que recordaba mi compadre después de eso era que cuando ya estaba afuera de la secundaria, lo vio uno de los trabajadores de la escuela, quien avisó al director. Se fue al salón porque tenía examen de inglés; la misma maestra dijo que Arturo le habló, pero telepáticamente, pidiéndole permiso para salir al baño”.

Ahí comenzó a mostrar mayor ansiedad; se encontraba en estado de shock y el personal académico decidió llevarlo a una clínica en el ejido El Cántabro. Así pasó días de un hospital a otro, hasta que llegó a Torreón. Luego, lo canalizaron a una clínica en Saltillo. Lo que no sabían cuando llegaron era que se trataba de un hospital psiquiátrico, por lo que el padre de Arturo, don José María, se negó rotundamente a ingresarlo.

A unos médicos, Arturo les mostró un dibujo de aquella nave y los seres que vio, cuando le preguntaron qué le sucedía, y ese fue el motivo por el cual lo enviaron a ese lugar. “Uno de los médicos sí dijo que sabía qué le pasaba y mandó a traer a unas personas; decían que eran la hermandad blanca. Con ellos venía una mujer que le hablaba, pero su voz la escuchaba como si tuviera un tubo, igual que la de los seres con quienes tuvo el encuentro. Decidieron llevarlo de regreso a casa y bajarle la fiebre a como diera lugar; comenzó a mejorar y le dijo a Jesús que la mujer que le habló en el hospital le dijo que no tuviera miedo, que era uno de los elegidos y que, como él, había otros que habían tenido un encuentro con ellos”.

“Le dijo: mira, si quieres ver cómo somos nosotros, solo te voy a acercar mis manos; le puso la mano en la cara, en sus ojos, y en las hendiduras de los dedos observó que era como un ser escamoso, color verde, como reptiliano, con los ojos muy pequeños, la nariz con unos orificios y sin orejas. Su boca era muy pequeña también, pero se camuflajeaba la apariencia con la de un ser humano”.

El lugar conocido como “la parada” antes de llegar al pueblo, fue el punto donde Arturo “el chivero de las manos divinas” tuvo ese encuentro del tercer tipo con seres de otra dimensión. / Foto: Sofy Ramírez / El Sol de La Laguna

Da un giro su vida

Luego de recuperarse, todos se olvidaron de este hecho, pero un par de años después, cuando Arturo tenía aproximadamente 18 o 19 años, sufrió un accidente que le impidió volver a caminar. Un día, Arturo pidió un aventón por un camino de terracería por el canal. Al parecer, el hombre que manejaba el vehículo se encontraba ebrio y salió del camino, mientras el chivero salió disparado. Tuvo una fractura de columna y estuvo grave; aunque los médicos le daban poco tiempo de vida, logró salir adelante, aún con su discapacidad.

Fue entonces cuando comenzó a darse cuenta del don que tenía. Primero, fueron visiones que tenía; sabía que pasarían ciertas cosas antes de que así fuera. Él ya sabía que estos seres lo habían elegido para ayudar a la gente y que esta vez había sobrevivido al accidente para seguir su misión en la vida. La gente comenzó a buscarlo después de que en una ocasión se acercara a una señora de la comunidad, quien se encontraba muy enferma y no encontraba cura para su mal. Cuando Arturo se acercó a ella y la tocó, ella sintió una inexplicable fe de que sanaría, y así fue, por lo que de inmediato le atribuyeron al chivero de las manos divinas un poder especial de sanación.

Fe y confianza en “el chivero”

Tanto fue el furor que causó que dejó el ganado para dedicarse solo a sanar a la gente que se lo pedía. No solo la gente de la comunidad o de otras aledañas y municipios cercanos comenzaron a acudir; también venían personas de diferentes partes de México y del mundo. Tuvo pacientes de Colombia, Guatemala, Estados Unidos y hasta de Suecia.

“El chivero de las manos divinas” daba terapias de energía con sus manos, por ello el mote. Personas del mismo ejido han dado fe de los dones de este señor; una mujer de esta población se curó de quistes gracias a las terapias de Arturo; desaparecieron por completo y los médicos no daban crédito. Otras personas acudían con algún diagnóstico médico desalentador y mejoraron su esperanza de vida. Además, los pobladores cuentan que también llegaban personas con cáncer detectado o algún problema aparentemente en otro órgano, y don Arturo les decía realmente qué tenían, cambiando en ocasiones el diagnóstico de manera drástica y haciéndolos recuperar su salud.

Había incredulidad en mucha gente, pero aún así se le dio la oportunidad. “Venían personas y decían que eso no era cierto, o hijos que traían a sus mamás porque estaban aferradas, pero no creían. Sin embargo, se impactaban al verlas salir caminando o con su mal sanado”, dijo el compadre. Un par de niños que acudieron alguna vez con sus padres dijeron haber visto un hombre alto, iluminado y a un costado de don Arturo mientras hacía la sanación, aunque realmente estaba solo con el enfermo.

Lo dio todo por su comunidad

Además de sanar a la gente de Vega Larga, también tenía diferentes proyectos para ayudarla. Quienes lo conocieron lo recuerdan con mucho cariño y respeto, y quienes no, solo saben que era un hombre que se dedicaba a sanar y que era popular en todo México y en otros países.

“Él tenía muchos proyectos y sueños de ayudar a la comunidad. Tenemos un grave problema ahorita con el agua, que creo que muchas comunidades lo tienen, pero en estas más retiradas el problema es más fuerte porque realmente no hay agua. Él perforó una noria de las que le llaman pozos artesanales, extrajo agua y en ese camioncito que tiene aquí, les traía agua y la vendía, pero solo para recuperar lo del combustible”.

Jesús de Alba conocía de toda la vida a don Arturo Hernández, fueron amigos, cuñados y compadres; a él le confiaba todas sus anécdotas y secretos. / Foto: Sofy Ramírez / El Sol de La Laguna

En este poblado también hay un predio con muchos nogales, que era de don Arturo. Lo prestaba a la gente para hacer fiestas y reuniones, para que pudieran tomar y comer la nuez. Así como estos, tenía muchos proyectos, pero le llegó el final mucho antes de lo esperado para sus seres queridos, pero no para él. En su hogar, recibía a muchas personas que tenían que quedarse varios días; les daba hospedaje y alimentos durante su estancia, de acuerdo con la necesidad de sus terapias, que eran atendidos por su esposa, Lucy.

Ella aún está triste y conmocionada por su pérdida; no pudo responder algunas preguntas sin que las lágrimas se asomaran. Solo dijo que fue realmente un hombre que siempre luchó por ayudar a los demás y aseguró que siempre fue una persona de bien y con un gran corazón. Ella estuvo casada con Arturo por 11 años, lo cuidó y apoyó en todo momento; tuvo dos hijos de su primer matrimonio, Rubén y Rosita. Luego enviudó, se volvió a casar, se separó y finalmente se casó con Lucy, con quien estuvo hasta el último de sus días.

Sabía que el fin estaba cerca

Durante sus últimos meses de vida, mencionó en repetidas ocasiones que ya tenía los días contados, que su momento había llegado; se decía cansado y sentía que en cualquier momento dejaría este plano. Todos en la comunidad, incluidos familiares, pensaban que Arturo estaba sano; luchaba contra la diabetes y la hipertensión sin quejarse de nada. Fue la madrugada del 10 de octubre cuando comenzó a tener malestares; se levantó vomitando, pero solo le dijo a su esposa que lo dejara dormir.

“En la mañana lo quisieron despertar y ya no reaccionaba. Lo llevaron al hospital de Francisco I. Madero y de ahí empezó el peregrinar por las clínicas de la región. Lo habían diagnosticado ya con muerte cerebral, pero no fue así. Lo enviaron a la clínica de Especialidades 71 del IMSS, e ingresó a terapia intensiva. Luego de unos días, murió”.

Despedida de esta dimensión

El regreso de “el chivero de las manos divinas” a su pueblo fue un gran suceso. A pesar de la tristeza de muchos por perderlo, se reunió mucha gente para darle el último adiós, primero en su casa, donde velaron su cuerpo durante dos días. Luego, cientos de personas visitaron el panteón de San Agustín, junto a la comunidad de Alejo González, conocida como Bilbao, y ahí lo sepultaron.

“La gran sorpresa, créanme, que yo porque me platicaba todo eso y no tenía dudas, pero para mí fue sorprendente creerlo: en ese momento se aparecieron esferas arriba, muchas naves, pero eran como esferas que giraban. Era como una de la tarde cuando se sepultó al chivero y, en el momento en que la gente que fue a despedirlo, fue testigo de la presencia de estos objetos en el cielo. Tal parece que fueron a despedir a uno de sus elegidos en la tierra”.

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“Muchas dudas existían; la gente decía que eran mentiras, como siempre se ha creído sobre los alienígenas, pero ese día, a esa hora, se nos aclararon todas las dudas que teníamos. Ver estas naves en forma de círculo, como de luz, que se movían de un lugar a otro, y que en el mero sol estaban como un plato, y de ahí salían. Es difícil de contar; no eran cientos, eran como 15 o 20, pero sí eran bastantes esferas de luz que se desprendían del rayo del sol”.

Jesús recuerda esta escena como algo sorprendente y narra cómo la gente se veía emocionada; sintió como si fuera una esperanza, algo que, por un momento, les quitó la tristeza y el dolor que sentían. Creen incluso que, en ese momento, él ya había trascendido y se encontraba ahí, despidiéndose también de su gente. En este lugar, no solo “el chivero de las manos divinas” tuvo experiencias con seres de otros lugares lejanos; muchos han visto luces, esferas y movimientos extraños, sobre todo en horas de la madrugada y en las áreas más solitarias de los poblados aledaños.